martes, 21 de enero de 2014

LECTURA POSIBLE / 132

EÇA DE QUEIRÓS: LA FANTASÍA DE LA VERDAD

El realismo literario llegó a Portugal en tren, en la línea París-Coimbra que se inauguró en 1863. Para el lector actual, que ha pasado por el expresionismo, la Nouveau Roman, la antinovela y otros ismos iconoclastas del siglo XX, el realismo se aparece como un regreso, regreso a las primeras lecturas adultas, nunca olvidadas, lo que despierta una grata y apacible sensación de retorno a casa. Al realismo no se va, sino que se viene de él o acaso se vuelve, razón por la que hoy nos resulta difícil imaginar las dificultades, los tortuosos desvíos y los accidentes sufridos por él en su primer viaje.

Por aquellos años dos jóvenes estudiantes de Derecho de la Universidad de Coimbra iban a la estación de esa ciudad universitaria para empaparse de los volúmenes que procedían de la lejana y luminosa París. Eran Antero de Quental y Eça de Queirós (o Queiroz, según solía escribir él mismo). Aquellos libros, en parte, ya habían perdido el aire de novedad en su estación de origen, donde el naturalismo empezaba a asomar la cabeza, pero no así en Portugal, país que al aislamiento de España sumaba el suyo propio, y donde todavía alentaba un tardío y putrefacto romanticismo cargado de fantasías medievales, de glorias marítimas y de saudade. Ambos jóvenes iban a ser protagonistas de la turbulenta historia de algo más que el realismo portugués.

En los años siguientes Quental hace el viaje en sentido inverso, y así en París conoce a Proudhon, cuyas ideas ya habían inspirado algunas de sus primeras obras. Eça de Queirós se instala en Lisboa, donde abre un despacho de abogado y colabora con la Gazeta de Portugal, y más tarde se marcha a Évora, cuyo periódico local dirigió durante unos años. Vuelven a encontrarse a finales de 1867, y junto a otros escritores en ciernes crean un grupo político-literario, el “Cenáculo”, responsable de la organización de unas llamadas “Conferências Democráticas” que se celebraban en el Casino de Lisboa. Quental pronunció la primera, sobre las causas de la decadencia de los pueblos peninsulares, que a su juicio eran tres: el absolutismo, la Contrarreforma y la expansión en ultramar; Queirós, la última: El realismo como nueva expresión del arte. Tras esto, las “Conferências” fueron prohibidas. Quental fundó en 1872 la sección portuguesa de la Asociación Internacional de Trabajadores y se presentó a las elecciones como candidato socialista. Poco después, en 1875, Queirós publica su primera novela realista: El crimen del padre Amaro.

Para entonces Queirós ya había publicado una novela, El misterio de la carretera de Sintra, que escribió en colaboración con su amigo y también miembro del “Cenáculo” Ramalho Ortigão, así como unos artículos que aparecieron en el Diário de Notícias: De Port-Said a Suez, que eran producto de su viaje como reportero a fin de asistir a la inauguración del canal. Y es que de Queirós se había apoderado un instinto viajero que le hizo presentarse al examen de cónsul, iniciando así de la noche a la mañana una carrera diplomática que le llevaría en primer lugar a la provincia española de Cuba, después a Inglaterra y por fin (no podía ser de otra forma) a París.

El crimen del padre Amaro, que apareció primero como folletín y luego, ya en forma de libro y con abundantes modificaciones, en 1880, ha sido reeditado por Alianza hace unas semanas, en una traducción ya conocida y que puede considerarse clásica. La narración está ambientada en la ciudad costera de Leiria, en la que nuestro autor vivió algún tiempo. El padre Amaro, destinado a una parroquia de la localidad, se hospeda en la casa de Joaneira, quien al parecer mantiene relaciones con un canónigo. La hija de aquélla, Amélia, se enamora del padre, lo que da pie a un antiguo pretendiente de la joven a denunciar en el periódico la hipocresía del clero. Deshecho su compromiso de boda, y despedido de su trabajo, el autor del artículo se convierte en un paria social que deberá marcharse de la ciudad, mientras que las relaciones del padre Amaro con Amélia tienen como consecuencia el nacimiento de un niño. El libro fue un completo escándalo en el momento de su publicación, y se comprende que Queirós, él mismo hijo ilegítimo, eligiera el benigno exilio diplomático. Resulta que el argumento, tan propio del realismo decimonónico, no es extraño en nuestros días, y hace una década su versión cinematográfica, dirigida por el mexicano Carlos Carrera, cosechó también un escándalo (y un gran éxito) en su país.

En 1874, siendo cónsul en Newcastle-upon-Tyne, Eça de Queirós empezó a redactar una de sus grandes novelas, El primo Basilio, de la que existen en la actualidad dos ediciones en castellano (Alianza, 2012; y Pre-Textos, 2005). A este período corresponde también el proyecto de las Escenas de la vida portuguesa, colección de doce novelas o estudios sociales. Para nuestro autor, sin embargo, esos años, ya como cónsul portugués en Bristol, son sobre todo los de Los Maia, la obra más ambiciosa de toda la producción queirosiana.

Los Maia (Pre-Textos, 2013) cuenta la historia de una familia a través de dos de sus miembros, el anciano Afonso y su nieto, Carlos. El primero es un noble y respetado propietario; el segundo, un idealista y un romántico. A ellos hay que añadir la generación intermedia, la de Pedro Maia, criado en Inglaterra, adonde su padre debió marcharse a causa de sus ideas liberales. El carácter de este personaje está marcado por las influencias contrarias de sus progenitores, y en particular por el catolicismo fanático de su madre. La familia escenifica los conflictos que atraviesan todo el siglo XIX portugués, poniendo en evidencia los factores sociales, económicos, políticos y religiosos que configuran ese país, lo que convierte a esta novela en una de las cimas de toda la literatura realista, y en precursora de ese otro gran y elocuente retrato histórico y generacional que es Los Buddenbrook. Protagonista de Los Maia es también Lisboa, ciudad a la vez provinciana y cosmopolita que encarna la vida burguesa con sus paseos, sus salones, sus veladas en el teatro y en la Ópera, y especialmente con su vida sexual tan abundante como secreta, repartida entre el adulterio y los burdeles.

De las últimas dos décadas de su siglo son El mandarín y La reliquia, narraciones ambas que ilustran la otra vertiente de la producción queirosiana, la fantástica, que corrió paralela a su trayecto realista y que tendría también eco en diversos cuentos que se publicaron a lo largo de la vida del autor. Al término de ésta, en 1900, su hijo recibió una maleta de hierro que habría de hacerse célebre, y que contenía diversos relatos manuscritos en distintos estados de elaboración. Uno de ellos era El conde de Abranhos, que se publicó en 1925 y que ha traducido al castellano Acantilado (2012). Este relato, que se presenta en forma biográfica, describe la vida y milagros de don Alipio Severo Noronha, conde de Abranhos, mezquino ejemplar de la casta política. El supuesto autor de la  narración es su secretario, Zagalo, quien, bajo el encargo de hacer una hagiografía enaltecedora de don Alipio, efectúa sin querer todo lo contrario, mostrándonos a su patrón como un fantoche ignorante, engreído y cobarde, un personaje que nos recuerda a algún hijo de la pluma de otro satírico genial, Octave Mirbeau. Aquí el realista Queirós se carga de ironía para convertir a su personaje en Ministro de Marina que enviará sus barcos a posesiones de ultramar que se encuentran en el interior, o que juzgará innecesario el transporte naval para acceder a una isla, dando con ello muestras de sus artes para desconocer y dislocar la geografía, las mismas con que a lo largo de toda su carrera, y en beneficio de ella, desconoce y disloca la verdad. La novelita no tiene desperdicio y en ella puede verse retratado con precisión más de uno de nuestros prohombres de hoy.

De la misma maleta procede parte del material que compone el volumen Estampas egipcias, que publicó en España hace dos años la editorial Impedimenta. El libro incluye las crónicas escritas por Queirós de su estancia en Egipto durante la inauguración del canal de Suez, lo que le permite hacer un recorrido por aquella sociedad en la que tropezó con tanto exotismo como miseria. Las observaciones de nuestro autor, también aquí, están llenas de perspicacia e ingenio, y en ellas se aprecian la influencia de la mirada objetiva de Flaubert, tan presente por otra parte en toda su obra, en especial en lo que se refiere a los retratos de personajes femeninos. El libro, además de los textos escritos originariamente para el Diário de Notícias, incluye otros seis artículos reunidos bajo el epígrafe de Los ingleses en Egipto, escritos en un viaje posterior y que narran la destrucción de Alejandría por el ejército colonial.

A la ya mencionada vertiente fantástica de la producción de Queirós pertenecen algunos relatos que por su diversidad con respecto al resto de su obra recuerdan a los heterónimos de su compatriota Pessoa. Pues sorprende en efecto que el mismo autor que describió como nadie la vida y las costumbres de Lisboa, así como las de su amada región del Minho, redactara también cuentos mitológicos como el de La perfección, donde se nos aparece Ulises retenido por Calipso en su isla, o Adán y Eva en el Paraíso, en el que se nos muestra un Edén muy diferente del del relato bíblico en el que imperan “el miedo, el hambre y el furor”.

Quizá a esta variante fantástica pueda adscribirse el último texto descubierto hasta ahora con la firma de nuestro autor, el cual no procede de la famosa maleta de hierro, sino de los papeles que componen la colección del compositor Augusto Machado en la Biblioteca Nacional portuguesa. En ésta, la investigadora Irene Fialho encontró hace unos años la partitura de una opereta escrita en 1869 con libreto de Queirós y del también diplomático Jaime Batalha Reis, opereta nunca estrenada y que, traspapelada durante casi siglo y medio, pudo ser por fin publicada, con su partitura, el pasado junio, en el marco de la Feria del Libro lisboeta. A morte do diabo (Editorial Caminho, 2013) comienza en el infierno, donde los diablos se aburren mortalmente y expresan su deseo de irse al Chiado, aunque también sea aburrido. Esta “ópera cómica”, como la llama su descubridora, es también una crítica de las costumbres de su tiempo, como tantas otras en la obra de Queirós, crítica de una sociedad que se da aires de europea sin dejar de ser pacata y provinciana, en la que venga o no a cuento se sueltan expresiones francesas, en la que las mujeres se consumen en habitaciones mal ventiladas, dando lugar con ello a tardíos romanticismos que acaban en drama o en tragedia, mientras sus hombres, escapados por poco tiempo de los negocios, van corriendo a visitar a sus queridas o hacen una gira por los burdeles. Lisboa, en fin, la misma que siempre, en distintos tonos, a veces con una seriedad sociológica, a veces con fina ironía y sentido del humor, evocaba el autor en su itinerante exilio diplomático.

José Maria Eça de Queirós (o Queiroz) es seguramente el único literato que tiene un monumento en Francia y otro en Portugal. El primero se encuentra en Neully-sur-Seine, donde ejerció de cónsul; el segundo está en ese barrio en el que los diablos esperan aburrirse menos que en el infierno, el Chiado, a la espalda de la Praça de Camões. A su pie se lee una frase tomada de su novela La reliquia: “Sobre la dura desnudez de la verdad, el manto diáfano de la fantasía”. Así Queirós parece seguir estando de viaje, entre el realismo francés y la fantasía portuguesa, a la espera de un tren que nunca llega, reservándonos todavía, tal vez, alguna exquisita sorpresa.

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