martes, 5 de enero de 2016

DISPARATES / 146

EL DIARIO DE ANA FRANK ANTE LOS JUECES

El pasado viernes, 1 de enero, empezaron a ser de dominio público todas las obras de los autores fallecidos en 1945, quedando prescritos así los derechos de sus herederos, y pudiendo desde entonces ser reproducidas las mismas libremente. Desde ese día son de dominio público, entre muchos otros, Mein Kampf (Mi lucha), el libro que Adolf Hitler escribió en la prisión de Landsberg tras su fallido golpe de estado, y la autobiografía de su lugarteniente Joseph Goebbels. También debería haber pasado a ser de dominio público el Diario de Ana Frank, quien falleció en marzo de ese año en el campo de concentración de Bergen-Belsen. No ha sido así, a consecuencia de una reclamación de los abogados del Anne Frank Fonds, institución sin ánimo de lucro creada por el padre de Ana en 1963 y con sede en Basilea. Según cálculos de los juristas, el Diario podría pasar a dominio público en 2050.

La ley holandesa, como la mayoría de las europeas, determina que los derechos de autor expiran a los setenta años de la muerte de éste. Hace sólo unos meses, con vistas a la liberación de los derechos del Diario en 2016, la Casa-Museo de Ana Frank en Ámsterdam anunció la preparación de una serie de ediciones comentadas, en diversos idiomas, que se pondrían gratuitamente a disposición de los visitantes del museo. Sucede, sin embargo, que si los originales del Diario están custodiados por la Casa-Museo, la propiedad intelectual de los mismos corresponde a la fundación suiza. En noviembre, la mencionada fundación alegó ante los tribunales que el Diario tiene un coautor, el cual no es otro que Otto Frank, el padre de Ana, quien habría introducido en el texto original diversas correcciones. Otto, considerado ahora legalmente como coautor del Diario, falleció en 1980. El tribunal encargado de juzgar el caso dictaminó a finales de diciembre que los derechos del Diario no expirarían de momento, aunque también decidió que los originales podrían ser copiados bajo algunas condiciones por motivos “de investigación científica”.

De Ana Frank, de la que se conservan numerosas fotografías, existe una sola película en la que aparece fugazmente. Durante veinte segundos vemos una toma efectuada el 22 de julio de 1941. Estamos ante el número 39 de la calle Merwedeplein, de donde sale una pareja de novios. La novia vivía en el segundo piso, y también en el segundo, pero del número 37, vivían los Frank. A Ana se la ve asomada a la ventana, muchacha de doce años que por entonces aún no había empezado a escribir su Diario (lo iniciaría un año más tarde). Si esta imagen no ha pasado inadvertida es precisamente por lo que Ana escribió y por lo que sabemos de ella.

Otto Frank, judío de Fráncfort del Meno que había alcanzado una desahogada posición en su ciudad natal, emigró con su familia a los Países Bajos en el verano de 1933. Allí fundó Opekta, una empresa dedicada a la fabricación de pectina, sustancia procedente del jugo de frutas que se utilizaba como gelificante para hacer mermeladas. A la señora Frank le costaba adaptarse a su vida de emigrante, pero no así a sus hijas, Margot y Ana. Especialmente ésta última aprendió pronto el neerlandés, y se benefició del método de enseñanza liberal que se impartía en la Escuela Montessori de Ámsterdam. Con respecto al carácter de su hija en esos años, Otto escribió que “tenía una cualidad bastante molesta: hacía preguntas continuamente, no sólo cuando estábamos los dos solos, sino también en presencia de otros. Cuando recibíamos visitas, era difícil librarse de ella”.

En 1942 los Frank ya vivían en el número 263 de Prinsengracht, la calle que bordea el canal del mismo nombre, donde ahora se encuentra la Casa-Museo. Este canal, que pasa por ser el más extenso de Ámsterdam, es también el más humilde, y cuando Ana vivía allí estaba repleto de talleres y almacenes. Hoy existe una estatua dedicada a Ana, y también el así llamado Homomonument, que fue creado en recuerdo de los homosexuales que sufrieron persecuciones.

Primera edición del Diario en
castellano. Garbo, 1955
La señora Miep Gies era en 1942 la secretaria de Otto Frank. Desde que se declaró la guerra, Otto planeaba al parecer una nueva emigración, esta vez a Estados Unidos, pero el proyecto se frustró en mayo de 1940, cuando los ejércitos del Reich ocuparon Holanda. Poco después los nazis irrumpieron en el barrio judío de Ámsterdam, sacando de sus casas a cerca de quinientas personas entre adultos y niños, las cuales fueron arrastradas hasta la plaza principal y recibieron una paliza antes de ser enviadas a los campos de Buchenwald y Mauthausen. A consecuencia de ello, y para tratar de eludir las leyes raciales, se hizo necesario registrar una nueva empresa entre cuyos administradores no figurase el nombre de Otto. Por el libro de Gies Mis recuerdos de Ana Frank sabemos que un día su jefe la llamó a su despacho para comunicarle que había decidido esconderse en un almacén de la empresa, a fin de escapar a la persecución a la que los nazis estaban sometiendo a los judíos. Así, bajo la protección de la señora Gies, de su esposo y de otros empleados de la fábrica, se inició la vida de los Frank en el achterhuis, “las habitaciones de atrás”, expresión que años más tarde iba a servir de título a las primeras ediciones del Diario de Ana Frank.

Algo que no contó la señora Gies en su libro es que el padre de Ana mantenía buenas relaciones con las autoridades nazis, a las que facilitaba variados suministros que eran correspondidos con dinero en metálico o con mercancías. La superchería del carácter “ario” de la empresa de Otto se mantuvo hasta principios de julio de ese año, momento en el que la hija mayor, Margot, fue convocada en las oficinas del Alto Mando para ser enviada a trabajar a Alemania. Es entonces cuando Otto decide esconderse.

Ana había empezado a redactar su diario en un cuaderno que sus padres le regalaron el 12 de junio de 1942, por su decimotercer cumpleaños. En principio lo concibió como una sucesión de cartas dirigidas a Kitty, una amiga imaginaria, con el propósito de “desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas”. En julio Ana lleva su cuaderno a “las habitaciones de atrás”, donde iba a pasar los dos años siguientes. No mucho después el  cuaderno estaba lleno, pero Ana siguió haciendo anotaciones, la mayoría de las cuales se han perdido. A ese período pertenecen algunos relatos, a menudo referidos a la vida cotidiana en “las habitaciones de atrás”, que Ana solía leer a su familia. Por ellos sabemos que todos los habitantes del anexo clandestino se dedicaban al estudio. Ana, en concreto, estudiaba francés, inglés, alemán, taquigrafía holandesa, geometría e historia. En una de sus anotaciones afirmó que “no puedo imaginarme que tuviera que vivir como mamá y todas esas mujeres que sólo hacen sus tareas y que más tarde todo el mundo olvidará. Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme, pues no quiero haber vivido para nada”. En esas fechas Ana ya está a un paso de verse a sí misma como escritora. El paso lo daría en la primavera de 1944 al escuchar una noticia de la radio holandesa libre que emitía desde Londres. El ministro del gobierno holandés en el exilio, Gerrit Bolkestein, hizo entonces un llamamiento a la población a fin de que se conservaran los diarios personales y demás documentos escritos bajo la ocupación alemana. En respuesta, Ana toma la decisión de reescribir todos los materiales de su diario, pero dándoles esta vez la forma de una novela. Estos textos, escritos en hojas sueltas, fueron redactados en diez semanas, hasta el 1 de agosto, fecha en la que la narración se interrumpe. Tres días después Ana y su familia, tras sufrir una delación, fueron arrestados y deportados. Hoy se sabe que el delator fue Tonny Ahlers, un hombre de veintiséis años, delincuente de poca monta y confidente de la Gestapo que recibió “cuarenta florines por cabeza”, unos doscientos cincuenta euros, según puede leerse en el libro de la escritora Carol Ann Lee La otra vida de Otto Frank, que se publicó hace unos años. La mencionada señora Gies recogió todos los escritos de Ana que pudo encontrar y los guardó hasta el regreso de Otto, único miembro de la familia que sobrevivió a los campos de exterminio. Él se encargó de ordenar los manuscritos de su hija, combinando la primera redacción con la segunda y suprimiendo algunos pasajes en los que Ana aludía a su naciente sexualidad y a otros detalles “inapropiados”. El libro lo publicó la editorial Contact de Ámsterdam en 1947, habiéndose vendido hasta la fecha más de treinta millones de ejemplares.

Portada de la edición en gallego.
Kalandraka, 2015
Como se ha dicho, el Anne Frank Fonds es una fundación sin ánimo de lucro. Entre sus propósitos está el de difundir “el mensaje de Ana Frank”, así como el de “contribuir a un mejor entendimiento entre sociedades y religiones, fomentar la paz entre los pueblos y promover el contacto internacional de los jóvenes”. La fundación, como dueña de los derechos del Diario, es responsable de la cesión de los mismos para su publicación o producción audiovisual en todo el mundo, y a través de la muy influyente agencia literaria Liepman AG de Zúrich está vinculada a importantes editoriales “colaboradoras” en más de sesenta idiomas, tales como Penguin (Random House), Knopf Doubleday, Calmann-Lévy (Hachette) y Plaza & Janés (Bertelsmann-Mondadori). En 2009 se anunció a bombo y platillo que la compañía Disney había comprado los derechos del Diario para una producción que debería dirigir David Mamet, dándose la circunstancia de que la idea que tenía de la historia el director fue juzgada por la multinacional como “muy intensa, oscura y terrorífica”, habiendo quedado el proyecto desde entonces en lo que la jerga de Hollywood conoce como “in development”, es decir, en un cajón. Curiosamente, uno de los argumentos empleados por los abogados del Anne Frank Fonds es el de que el Diario, al pasar a ser de dominio público, podría prestarse “a la distorsión y la manipulación de los negacionistas del Holocausto” (!). Por descontado, no es posible estimar ni siquiera aproximadamente los beneficios que al Anne Frank Fonds le ha deparado el Diario en estos setenta años, entre otras cosas porque los contratos de derechos audiovisuales para cine y televisión nunca se han hecho públicos, a lo que hay que añadir las consabidas ventajas fiscales y la opacidad de las cuentas de una fundación con sede en Suiza. Otro tanto puede afirmarse de los beneficios que todavía devengará el Diario hasta que los tribunales dictaminen su paso al dominio público.

Si al lector le sorprende encontrar el nombre y la obra de Ana Frank asociados a muchos de los grandes grupos actuales de comunicación y entretenimiento, entidades a las que no caracteriza precisamente el desprecio del lucro, tal vez le consuele saber que en su sorpresa no está solo. Hace unos meses, el profesor en Ciencias de la Información de la Universidad de Nantes Olivier Ertzscheid publicó una entrada en su blog en forma de carta dirigida a Ana Frank. Allí se leía: “Al final de este mensaje, voy a poner tu diario en línea. Al hacer esto, voy a realizar un acto ilegal. No soy un valiente, no voy a entrar en la resistencia. No asumo otro riesgo que el de ofrecer a tu texto, poco antes de que expire el plazo legal de setenta años, un poco de luz”. A lo que seguían dos archivos EPUB descargables. A principios de noviembre Ertzscheid recibió una primera carta de la casa editora del Diario en francés, en la que se le comunicaba que la publicación de los archivos constituía una infracción punible en los tribunales. En Francia, tal infracción se castiga con tres años de prisión o una multa de 300.000 euros. Los archivos fueron retirados del blog, pero Ertzscheid publicó una nueva entrada en la que afirmaba que “es responsabilidad del Ministerio de Cultura pronunciarse sobre el caso de Ana Frank. No se trata de sustituir a la justicia, sino de determinar que la entrada al dominio público del Diario de Ana Frank es un hecho esencial”. Tras el anuncio de que el 1 de enero Ertzscheid volvería a poner en su blog los archivos con el Diario, recibió una segunda carta, esta vez de los abogados del Anne Frank Fonds, quienes le pusieron en conocimiento de toda una serie de medidas cautelares que con arreglo a la ley podrían adoptarse hacia su persona, entre ellas una multa de mil euros por día. “Me parece sencillamente inconcebible que Mein Kampf pueda pasar a ser de dominio público, y que en nombre de intereses comerciales el Diario deba seguir siendo de titularidad privada”, escribió Ertzscheid, quien ha recibido numerosas muestras de solidaridad de internautas de todo el mundo. Una de ellas, la diputada por Calvados Isabelle Attard, ha escrito que “la lucha contra la privatización del conocimiento deviene hoy imprescindible. La creación vale oro, como saben Google, Amazon y todos los demás. Su obsesión es acumular en sus manos la mayor cantidad de contenidos y obtener beneficios del acceso a esa inmensidad cultural. No seamos tan ingenuos como para creer que esta privatización es ‘por nuestro propio bien’, y protejamos el dominio público consagrándole una definición positiva”.

En el día de hoy, siguen en línea en el blog de Ertzscheid, en una entrada con el título de El Diario de Ana Frank es un regalo, los archivos descargables del texto original del Diario en neerlandés, en versión EPUB, word y txt.

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