martes, 24 de marzo de 2015

LECTURA POSIBLE / 175

RAFAEL CANSINOS ASSENS: LA NOVELA DE UN LITERATO

De las efemérides literarias que quedaron traspapeladas el año pasado conviene recordar aquí la de uno de los “raros” de nuestras letras, Rafael Cansinos Assens, de cuyo fallecimiento se cumplieron entonces cincuenta años. Si dichas efemérides culturales sirven a veces (no fue así en este caso) para hacer un gran lanzamiento editorial, habrá que convenir que con más frecuencia y humildad son útiles para llamar la atención sobre la obra de un olvidado. Del que ahora nos ocupa se recuerda, poco y mal, uno solo de sus libros, La novela de un literato, que ha sido desdeñado por muchos que ni siquiera lo han leído, y el cual, si se presenta como perteneciente al género de las memorias, es en realidad un retrato colectivo de la cultura española en las primeras décadas del siglo XX, retrato crítico, independiente y despiadado, lleno de un realismo costumbrista del que nadie, ni el autor, sale muy favorecido y en el que, bajo la máscara grotesca y la caricatura, se adivina el viejo dolor del desengaño.

Rafael Cansino Assens nació en Sevilla en 1882, hijo menor de una familia modesta y muy religiosa que unos años más tarde, tras la muerte del padre, se trasladó a Madrid. Los Cansino, familia repartida por medio mundo, habían sido conscientes de su ascendencia conversa hasta mediados del siglo XIX, ascendencia que en este caso, como en muchos otros, se vio asfixiada por un exceso de devoción católica. La madre de nuestro autor, en efecto, era una católica fervorosa, y también lo eran sus dos hermanas mayores, que en su juventud estuvieron a punto de tomar los hábitos. El adolescente Rafael investigó su origen familiar, hallando pruebas concluyentes de un remoto judaísmo que habría de tener consecuencias en su vida futura.

Ya en Madrid, y con diecisiete años, Rafael Cansino empieza a introducirse en los ambientes modernistas, dominados entonces por nombres como los de Salvador Rueda y Francisco Villaespesa, desempeñando mientras tanto diversos oficios no de muy buena gana, ya que su pasión era la poesía. En 1901 publica una colaboración en la revista El Motín que dirigía el republicano José Nakens, y firma por primera vez como “Cansinos”, persuadido de que éste era el apellido original de sus ancestros judíos. Desde ese momento su existencia será la propia de un poeta o aspirante a poeta en el Modernismo madrileño, repartida como era preceptivo entre las tabernas, los cafés, los teatros y los burdeles.

Son los años en que coexisten no siempre de manera pacífica dos generaciones literarias, ninguna de las cuales tiene principios muy claros, y que no pueden ser definidas por otros criterios más allá de la edad de sus miembros: la del 98, de la que los jóvenes reniegan; y la de los modernistas, despreciados por aquéllos en su calidad de melenudos seguidores de Rubén Darío. Los primeros (no todos) acatan el título de “Generación del 98” que les asigna Azorín por su común preocupación hacia los temas españoles, sus desastres, sus disparates y sus perdidas glorias. La voluntariosa regeneración que proclaman resulta tener en la práctica más sombras que luces, y el conjunto se les antoja rancio y caduco a los recién llegados. Estos son o pretenden ser parnasianos y cosmopolitas, leen a Verlaine y cultivan la estridencia, además de la metáfora impenetrable. De ellos, una vez aplacados los entusiasmos juveniles, saldrán las mejores páginas de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado; y un poco perdidos, en tierra de nadie, quedarán otros a los que la guerra civil, a la fuerza, acabará por poner en algún lado. El de Cansinos Assens iba a ser el de los derrotados y el del exilio interior.

Como muchos modernistas, Cansinos odiaba la prensa, enemiga mortal de los poetas; como muchos modernistas, Cansinos escribió para la prensa. En 1905 entró como redactor en La Correspondencia de España, periódico gubernamental que dirigía un diputado ex republicano con buenas relaciones en la Casa Real. Cansinos es políglota, y su función en el periódico consiste en traducir lo que sobre España se escribe en la prensa inglesa, pues sucede que la nueva reina consorte era de esa nacionalidad, y además nieta de la reina Victoria. El mismo año conoce a Ángel Pulido, quien en esas fechas iniciaba sus trabajos hispano-sefardíes, a fin de establecer lazos entre España y los descendientes de los judíos que fueron expulsados en 1492. Este notable intento de reparación histórica, según anotó Cansinos, iba acompañado de una voluntad no menos histórica de atraer al empobrecido reino el así llamado “oro judío”, en la creencia muy extendida entonces de que todos los judíos eran banqueros y millonarios. Este aspecto crematístico de la iniciativa del doctor Pulido no hace ni pizca de gracia a Cansinos, quien de todos modos se siente obligado a participar en el proyecto. Es en esta época cuando empieza a escribir sus “salmos”.

Estos salmos constituyen uno de los capítulos más desconocidos y sorprendentes de la literatura española. A cuenta de ellos, se ha establecido con razón un vínculo entre la obra de Cansinos y la de Jorge Luis Borges, a quien aquél conoció en Madrid en su época de ultraísta y el cual sería en lo sucesivo un apasionado (y solitario) defensor de su obra.* Borges, en efecto, se familiarizó con el judaísmo en las tertulias del Café Colonial que Cansinos frecuentaba, resultando de ellas una relación de maestro a discípulo a la que se refirió en uno de los textos autobiográficos que componen El Aleph. Como es sabido el argentino residió en España entre 1919 y 1921, poco después de que nuestro Cansinos publicara su primer libro, El candelabro de los siete brazos, colección de salmos de carácter modernista que para su desgracia apareció cuando dicho movimiento había entrado ya en el tramo final de su declive. El libro contiene las lamentaciones que eleva el Cantor de los Salmos al hacer balance de su propia vida bohemia, invocando el dramático descubrimiento de las raíces hebreas y el retorno a la fe ancestral, junto al aprendizaje de la lengua de los profetas. Cansinos volvería a tratar el tema hebraico en Bellezas del Talmud y Las luminarias de Hanukah, libros aparecidos en 1919 y 1924 respectivamente, y de los que existen ediciones recientes que han sido publicadas por la editorial Arca.

Este insólito empeño literario se compagina con la vida bohemia que lleva nuestro autor y con las tertulias y los salones de los que también son asiduos los ya citados y otros, tales como Emilio Carrere, Felipe Trigo, Ramón Gómez de la Serna y Carmen de Burgos, “Colombine”. Para entonces sus colaboraciones son ya habituales en revistas como Helios, Ultra y Cervantes, en las que se muestra como uno de los adelantados de la vanguardia que por esos años estimulaba el poeta chileno Vicente Huidobro. Es entonces también cuando se da a conocer como traductor y crítico literario. A ésta última faceta están dedicados sus artículos en el diario republicano La Libertad, publicados entre 1925 y el inicio de la guerra civil. Y también de crítica literaria son sus ensayos Poetas y prosistas del Novecientos, Los temas literarios y su interpretación y, sobre todo, La nueva literatura, que se publicó entre 1917 y 1927.

Párrafo aparte merece la extensa producción de Cansinos como traductor. Lo fue del francés, del alemán, del ruso y de otros idiomas, si bien la mayor parte de su fama en ese período es fruto de sus traducciones de Turguéniev, Tolstói y Maximo Gorki. Consecuencia de esa fama es el encargo que le hizo en 1927 el editor Manuel Aguilar de traducir al castellano las obras completas de Dostoievski, que se siguen reeditando hasta el día de hoy. Cansinos, entonces, fue introductor en España de la obra de Max Nordau, y más tarde lo sería de la de Schiller, Goethe y Balzac. También traduciría Las mil y una noches y El Corán.

Durante la guerra civil, tras ser bombardeada su casa en las cercanías del Viaducto madrileño, se traslada a la avenida Menéndez Pelayo, donde residirá hasta su muerte, en 1964. Cansinos Assens sufrió expediente de depuración por el gobierno de Franco, y desde el final de la guerra se negó a publicar. En 1943 la censura ordenó a su editor retirar del mercado una edición de Dostoievski, ya que en la portada figuraba el nombre del traductor. Todos esos años los pasará alejado de la actividad y los ambientes literarios, dedicado en exclusiva a la traducción de libros para la editorial Aguilar. De ese tiempo nos ha dejado un valioso testimonio la que fue su segunda mujer, la toledana Braulia Galán, joven de veintiocho años con la que tuvo que casarse “por imperativo legal” después de haber convivido durante algún tiempo. “Hubo que traer”, dice Braulia, “un cura a casa porque él decía que no le daba la gana pisar una iglesia. Nos casamos en el salón, por la tarde. No hubo testigos, eso se arregló de alguna manera. La boda duró un minuto, se firmaron los papeles, y luego cada uno siguió a lo suyo, como siempre”.

También Braulia Galán nos informa de las rutinas de Cansinos durante los años que duró su exilio interior: “Venían jóvenes escritores a verle, pero no le hacía mucha gracia y tampoco les hacía mucho caso… Borges también vino una vez… Su vida diaria era siempre la misma. Todos los días lo mismo, sábados y domingos también, los mismos paseos, todo igual… Se levantaba a las doce o la una largas, se duchaba y se ponía a trabajar hasta las seis o las siete de la tarde. A esa hora le tenía preparada la comida. Después se marchaba y volvía a las seis o las siete de la madrugada. Así todos los días durante años y años… Yo no podía con sus horarios y a sus hermanas les pasaba lo mismo… Él nunca se fue al destierro porque tenía miedo de dejar a sus hermanas. Eso me lo contó muchas veces…”

Y fue en esos años cuando Cansinos escribió sus memorias, La novela de un literato, que como decíamos al principio no son propiamente unas memorias pero que constituyen una preciosa fuente de información de aquel Madrid que transitó desde el Modernismo hasta toda aquella variedad de corrientes que confluyeron en lo que se ha llamado “la Edad de Plata”. Cansinos se sirvió para la escritura del libro de su prodigiosa memoria y es de suponer que de no pocas anotaciones que habría conservado, ya que de otra forma no se explica la precisión con que evoca personajes, situaciones y diálogos que habían tenido lugar medio siglo atrás. Desfilan por allí todos sus colegas literatos (la mayoría en la miseria), los directores de periódico, las actrices, los políticos, los nombres célebres y los olvidados, así como un Madrid que ya no existe, todos ellos mostrados con humor pero sin aparente nostalgia, y con una agudeza de cronista mordaz que asustó a su editor. Pues, en efecto, cuando Manuel Aguilar recibió el manuscrito en 1961 lo rechazó en el acto, apelando a la censura y a las demandas judiciales a que el libro, sin duda, podría dar lugar. Cansinos había redactado un libro con entera libertad, como si viviera en otro sitio. Cuando el editor quiso someter la obra a una remodelación exhaustiva, “cuartilla por cuartilla”, el autor se negó. No pudo publicarse hasta 1982.

La novela de un literato, con su prosa periodística, carece por completo de las elevadas intenciones literarias que sí manifestó Cansinos en su poesía, que fue para Borges motivo de admiración toda su vida. Con motivo de la muerte de su amigo, escribió: “Cansinos Assens encontraba belleza en todas partes, en los diversos colores del día, en las estaciones… Buscaba y encontraba belleza en todas partes y en todos los libros. Estoy seguro de que a pesar de las estrecheces económicas, digámoslo así, de su vida, fue un hombre feliz, porque cómo no iba a ser feliz un hombre con esa facilidad para producir belleza”.
____________

* La relación entre ambos autores la ha estudiado Edna Aizenberg en Cansinos-Assens y Borges: en busca del vínculo judaico, Revista Iberoamericana, nº 46, 1980.

No hay comentarios:

Publicar un comentario