martes, 30 de abril de 2013

LECTURA POSIBLE / 98


EL DELATOR Y DESEO, DE LIAM O’FLAHERTY. DOS CLÁSICOS DE LA NARRATIVA IRLANDESA

Leopold Bloom, el personaje de Joyce, llevaba siempre en el bolsillo una patata en recuerdo de la hambruna que sufrió su país entre 1845 y 1849, cuando más de dos millones de irlandeses murieron de hambre. A esto sucedió una diáspora masiva, sobre todo a Norteamérica, que terminó por mermar la población de la isla, la cual se redujo drásticamente en apenas una década. Dicha hambruna fue consecuencia del régimen de propiedad agrícola impuesto por el imperio británico, para el que Irlanda era poco más que su granero particular. Mientras en las praderas irlandesas los aparceros producían el trigo que debía alimentar a la metrópoli, ellos, que entretanto debían pagar el arriendo a los terratenientes ingleses, dependían totalmente de la modesta patata que cultivaban en pequeños huertos, hasta que una plaga acabó con ella. Las consecuencias fueron múltiples y duraderas, y puede afirmarse que sin ellas no se entendería la Irlanda de principios del siglo pasado (ni quizá la de hoy), de la que es fiel testimonio la obra de otro de los grandes narradores irlandeses de esa época: el aranés Liam O’Flaherty.

Nacido en una de las inhóspitas y remotas islas Aran, en el noreste de Irlanda, la primera lengua de O’Flaherty fue el gaélico, que debió abandonar en beneficio del inglés. Estudió en la Universidad de Dublín y como miembro del ejército británico participó en la Gran Guerra, que le dejó graves secuelas psicológicas de las que tardó en recuperarse, y en las que recayó años más tarde. Como republicano tomó parte en la Revolución Irlandesa y en la guerra civil que la sucedió, y decepcionado por los resultados de la misma, es decir, la partición de Irlanda y la perpetuación del colonialismo inglés en el norte, marchó a California, donde inició su carrera literaria.

O’Flaherty fue de los nacionalistas irlandeses que terminó por adscribirse al comunismo, de lo que resultó una escisión del Ejército Republicano Irlandés, el así llamado “IRA Oficial” (OIRA) que con el tiempo, ya en los años ’80, en los últimos de la vida de O’Flaherty, se convertiría en el actual Páirtí na nOibrithe (Partido de los Trabajadores de Irlanda).

La obra de O’Flaherty es extensa y en gran parte desconocida para el lector en castellano, a quien el nombre de nuestro autor le es conocido por una sola novela, El delator, que se publicó en inglés en 1925 y que dio lugar a dos versiones cinematográficas, la segunda de las cuales fue protagonizada por Victor McLaglen y dirigida por John Ford. De ella existe una moderna traducción que ha editado Libros del Asteroide. Otros títulos de O’Flaherty que en su día fueron editados entre nosotros, como por ejemplo Insurrección y Hambre, están descatalogados, pero a cambio podemos disfrutar de esa pequeña joya que es Deseo, colección de relatos escritos en gaélico que se publicó originariamente en 1953 y de la que existe una reciente edición española a cargo de la editorial Nórdica. A falta del resto de la obra de O’Flaherty, estos dos títulos deben bastarnos como introducción a nuestro autor, tanto más cuanto que los mismos son complementarios, en primer lugar porque corresponden a períodos muy distintos de su actividad creativa, y en segundo porque si El delator nos ilustra acerca de la vida en Dublín, los relatos que componen Deseo se desarrollan en su integridad en el ámbito rural.

El delator transcurre en “esa fétida ciénaga que era la orilla norte del río Liffey”, donde en tiempos vivió la nobleza y que en 1922, cuando sucede la narración, era uno de los suburbios obreros más pobres de Dublín. Francis Joseph McPhillip, ex miembro de una organización revolucionaria armada, reaparece en la ciudad tras varios meses escondido, pues es responsable del asesinato de un dirigente del sindicato agrario. En un comedor popular se encuentra con su amigo Gypo Nolan, con el que participó en diversas actividades subversivas y que ha sido expulsado de la organización a causa de su indisciplina y sus acciones delictivas. Tras el breve encuentro, Gypo se presenta en la comisaría para denunciar a su amigo y cobrar las veinte libras de recompensa. Cuando McPhillip acude a la casa de sus padres, donde será sitiado por la policía y donde finalmente caerá muerto, Gypo inicia una noche de juerga que le llevará a varias tabernas y a un burdel, mientras otros miembros de la organización, a las órdenes del comandante Gallagher, que sospecha que él es el delator, le siguen los pasos. Obviamente la novela tiene tientes policíacos que no conviene desvelar aquí, pero también una carga social que constituye el mayor acierto de la misma y que le otorga gran valor como documento de la vida en los barrios obreros de Dublín y de la naturaleza de la insurrección armada que se desarrollaba en esos años.

A estos rasgos, el policíaco y el político-social, la novela añade un tercero tomado de la narrativa popular. Y es que el protagonista, Gypo Nolan, al que figuradamente da el narrador el título de “gigante”, es en verdad un gigante que parece extraído de las sagas y leyendas épicas, un ser de fuerza física sobrehumana y sorprendentemente resistente al alcohol, lo que en su caso no va acompañado de una inteligencia equiparable. Gypo es en efecto un sujeto de cortos alcances, un genuino producto de esa calle Titt en la que se desarrolla la mayor parte de la acción. Y sin embargo al lector no le cuesta identificarse con este hombre cuyo exterior brutal esconde un buen corazón que de muy poco habría de servirle en ese entorno. Sin horizonte alguno, más allá de la supervivencia diaria, Gypo, como los demás, es un marginado que une a sus miserias intelectuales y económicas, como miembro de una sórdida subclase social, su alejamiento de la organización revolucionaria, único medio de adquirir alguna clase de respetabilidad. A él se opone el comandante Gallagher, hombre de arraigadas convicciones que encarna un incierto orden pero también unas inclinaciones autoritarias, así como la figura del padre de su amigo, trabajador de la construcción y disciplinado socialista que, aun viviendo también en la calle Titt, ha ascendido un peldaño en la escala social, lo que le ha permitido dar alguna educación a sus hijos, especialmente a Mary, uno de los pocos personajes a los que parece quedar todavía un futuro cuando concluye esta amarga y emocionante novela.

A otro ámbito bien distinto pertenecen las narraciones reunidas en Deseo, único libro que su autor escribió en gaélico y que muchos consideran la mejor obra literaria escrita en esa lengua. Son relatos de dimensiones variadas, algunos de un par de páginas, y en conjunto vienen a ser un muestrario de la atrasada y paupérrima Irlanda rural. Deseo, por cierto, no es sólo el título del primero de ellos, sino también el tema común, podría decirse el hilo conductor, de la mayoría de los que componen el volumen. La referencia social continúa presente, pero esta vez en segundo plano, y con respecto a El delator cobra protagonismo aquí el aire de narración popular, lo que es visible en el hecho de que además de los hombres y las mujeres de las duras tierras de Irlanda, sean también animales los que requieren la atención del autor. Por estas páginas, en efecto, desfilan halcones, vacas, cerdos y ratones, todos ellos personajes principales, como es corriente hoy en los documentales dedicados al medio ambiente, de la desesperada lucha por la vida. Eso por no hablar del omnipresente paisaje que de manera sutil recrea O’Flaherty y que acaba por resultarnos familiar: un paisaje de acantilados, playas y verdes praderas, en el que naturalmente representa también su drama cotidiano la población humana, toda ella deseosa de algo, como el niño que protagoniza el relato que da título al libro, por primera vez, “con miedo, pesar y alegría”, a las puertas del inmenso mundo; o como la muchacha que descubre la lujuria al verse reflejada a sí misma en el agua de una charca. El orden en el que aparecen los relatos nos permite adentrarnos progresivamente en los afanes y anhelos de esta humanidad habitante de una región apartada, y que por eso mismo parece vivir más intensamente sus esperanzas y sus decepciones. Y entre ellos cabe destacar dos relatos magistrales: la historia de amor que es El roce, y el último de ellos, La estafeta, en el que por única vez aparecen personajes ajenos a la geografía irlandesa y que viene a cerrar el libro con una bienvenida nota de humor. Digno final para esta breve introducción a la obra de un autor que sin grandilocuencia ni sentimentalismo supo plasmar el carácter de su maltratada gente y de su tierra.

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