lunes, 15 de abril de 2013

LECTURA POSIBLE / 96


DOS NOVEDADES DE DYLAN THOMAS Y JEAN-PHILIPPE TOUSSAINT EN EL ESTRENO DE LA EDITORIAL SIBERIA

Aunque la palabra “amor” figura en el título de estos dos libros con los que inaugura su catálogo la editorial Siberia, más bien habría que entender que el tema de los mismos es el desamor, el cual, por mucho que se diga, no es el contrario de aquél, sino su complemento. La novela de Toussaint no oculta su vocación por el desamor, y por su parte las cartas de Dylan Thomas, pese a que en efecto tratan el tema del amor en todos sus posibles registros, desde el sarcástico hasta el apasionado, acaban siendo también de desamor si se sitúan en el contexto en el que fueron escritas, como sabemos por otras fuentes.

En la primavera de 1953 Dylan Thomas se encontraba en Nueva York, realizando una de sus ya habituales giras de recitales poéticos por las universidades de Estados Unidos. Por aquellos días solía acabar su jornada en la taberna White Horse, que todavía hoy, convertida en un museo dedicado a su memoria, se halla en el 567 de la Hudson Avenue, en Brooklyn, no muy lejos de Greenwich Village y a pocos metros del Hotel Chelsea, donde se alojaba. Un lugar ideal para superar su record de ingesta de whisky y reclutar a sus amantes ocasionales. Por entonces Dylan estaba enfrascado en la redacción de su obra para la radio Under Milk Wood (Bajo el bosque lácteo), que se desarrollaba en la ficticia localidad galesa de Llareggub y que incluía diversos episodios surrealistas en los que venía trabajando desde hacía un año. El encargo de la supervisión de los textos de la obra había recaído sobre Lizz Reitell, quien era asistente del profesor John Malcolm Brinnin. A este hombre se debía la organización de aquella gira poética que para nuestro autor habría de ser la última, y también, andando el tiempo, uno de los testimonios más sinceros del carácter y el modo de vida de Dylan, el libro Dylan Thomas in America: an intimate journal, que se publicó en 1955. Desde su gira anterior, Dylan era amante de Lizz Reitell, lo que no le impedía enviar desde Nueva York frecuentes y desesperadas cartas de amor a su esposa Caitlin, que se encontraba en la ciudad galesa de Laugharne con los tres hijos de ambos. Dicha ciudad, que a Dylan le había servido de inspiración para el Llareggub de Bajo el bosque lácteo, con su señorial castillo del siglo XII, ocupaba un destacado lugar en su memoria, pues en él había pasado un período de relativa calma conyugal con Caitlin.

Probablemente, decir que Dylan Thomas fue un inadaptado no es decir mucho. El personaje está aureolado de un romanticismo que a veces recuerda a otros poetas propiamente del siglo romántico, e incluso de ese tiempo en el que no faltaron los hombres de letras con una desbordante energía vital que fue el Barroco. Los amigos de Dylan aconsejaban a éste que se hiciera psicoanalizar, lo que posiblemente habría sido un beneficio para su salud y un perjuicio para su escritura. Y es que basta leer el mencionado Bajo el bosque lácteo, o el libro de poemas Muertes y entradas, para vislumbrar en su autor esa cosa indefinible e indomable que se llama genialidad y que tal vez sólo puede atesorarse a costa de la vida, o al menos del orden de la vida. Desorden y genialidad que están presentes en estas cartas, como su extraordinaria sensibilidad y, por supuesto, su desmesura alcohólica. De dicha desmesura murió Dylan, tras beberse de una sentada dieciocho whiskys. Su esposa Caitlin acudió desde Gales para asistir a sus últimas horas, tras lo cual sufrió un ataque psicótico y fue recluida en un hospital psiquiátrico, de todo lo cual (como de la incredulidad que le asaltaba al leer estas cartas) dejó constancia en Caitlin: Life with Dylan Thomas, libro que se editó en inglés hace unos años y que reúne una serie de entrevistas que en los años ’80 le hizo el periodista George Tremlett. La trayectoria posterior de Caitlin también iba a ser novelesca, y en el fondo un testimonio de la tragedia de ambos, dos personas que no podían vivir juntas. Ni tampoco separadas.

Precisamente de una separación trata la novela Hacer el amor, en realidad una nouvelle de ciento veinte páginas que el belga Jean-Philippe Toussaint escribió en 2002 y que representa la primera entrega de lo que por ahora es una trilogía alrededor del personaje de Marie, ciclo que ha continuado con Fuir (2005) y La Vérité sur Marie (2009). Toussaint es uno de los autores más relevantes de las actuales letras francesas y entre otros ha recibido el Premio Médicis, que le fue otorgado por Fuir. Su obra se ha publicado en castellano fragmentariamente, por decir algo, y así por ejemplo de la última obra mencionada existe sólo una edición argentina, mientras que su ensayo La mélancolie de Zidane, que se refiere líricamente al cabezazo que este futbolista propinó a un rival en la Copa del Mundo de 2006, permanece inédito.

Si Fuir trata de una pareja en estado de disolución en la que ella, Marie, envía a su esposo de viaje a China mientras ella se encarga del funeral de su padre, en Hacer el amor Marie y su novio, que también ejerce de narrador, por motivos laborales viajan a Tokio, donde pasean, hacen el amor y sobre todo se despiden, porque desde el principio del relato queda claro que su relación ha concluido. “Nos amábamos pero ya no nos soportábamos más”, escribe el narrador, cronista de la angustia y la soledad propias y las de Marie, y que oscila entre el deseo de “que el tiempo se detuviera en ese momento, en aquel restaurante de Shinjuku donde nos sentíamos tan bien, cálidamente envueltos en la ilusoria protección de la noche”, y la expectativa de “que llegara ese terremoto tan temido, que sobreviniera al instante, en aquel preciso segundo, y que lo hiciera desaparecer todo allí mismo, ante mis ojos”.

En la narración tiene una presencia propia la ciudad de Tokio, con su lluvia, su nieve y sus luces de neón, lo que da pie al autor a intercalar precisas descripciones que recuerdan a la Nouveau Roman y que aquí vienen a representar una suerte de extrañamiento social que agudiza la soledad de los personajes. La ruptura se desenvuelve como el fluir del agua, omnipresente en forma de lluvia, y también protagonista en la escena en que el narrador, tras deambular por los pasillos del hotel, disfruta de su baño nocturno en la piscina que se encuentra en la terraza del mismo, donde tiene la ciudad a sus pies y puede sentirse, efímeramente, “en el corazón del universo”. Así, tras la ternura, la violencia y la crudeza de sus encuentros con Marie, la experiencia del narrador se convierte en la pérdida de uno mismo como otro, y a la vez en una escapada y un retorno al propio ser.

La prosa de Toussaint es densa, austera y sensual, y al mismo tiempo contiene ecos del otro ámbito de su actividad creativa, la escritura de guiones y la dirección cinematográfica, de la que son producto obras como Monsieur y La patinoire, ninguna de las cuales (salvo error) ha sido vista en España. En realidad, Toussaint es de los pocos autores contemporáneos en cualquier lengua que pueden alardear de poseer un estilo propio y reconocible en el acto, estilo frío y desgarrado que atraviesa cada una de estas páginas, dominadas por un sentimiento crepuscular, profundamente íntimo y de extremada coherencia.

Escribió Umberto Eco que “por cada pequeña editorial que crece y pierde su libertad nace otra pequeña, y esta dinámica garantiza al universo del libro una continua renovación de energías”. Renovación arriesgada y más que necesaria en nuestro tiempo, de lo que son prueba estos títulos, magníficamente traducidos y editados, con los que Siberia inaugura un catálogo que se anuncia prometedor.

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