martes, 23 de junio de 2015

LECTURA POSIBLE / 184

LA BIBLIOTECA DEL CAPITÁN NEMO, DE PER OLOV ENQUIST

Con cuentagotas se va editando en España la obra de Per Olov Enquist, autor sueco que es considerado permanente candidato al Nobel y que a sus ochenta años viene a ser una institución en su país, donde reside actualmente tras una vida accidentada y viajera. De él ha aparecido recientemente entre nosotros una de sus obras más celebradas, La biblioteca del capitán Nemo, que ha sido publicada por la editorial Nórdica.

Enquist nació en una aldea de la provincia de Skellefteå, al norte de Suecia. Estudió Historia de la Literatura en la Universidad de Upsala y comenzó su fecunda carrera literaria a inicios de la década de los sesenta, habiendo sido columnista de prensa y moderador de un programa de televisión. Tras obtener una beca, pasó dos años en Berlín, y a continuación fue profesor de la Universidad de California en Los Ángeles. El resto de su errabunda trayectoria, hasta llegar a la isla de Vaxholm, cerca de Estocolmo, se pierde en vapores etílicos que le llevaron de París a diversas instituciones de desintoxicación de Islandia y Dinamarca. El alcohol, en efecto, ha sido uno de los capítulos mayores de la biografía de nuestro autor, el cual confiesa haber resucitado precisamente a consecuencia de la escritura de La biblioteca del capitán Nemo, libro que acaso sea el más duro y a la vez esperanzador que se ha escrito sobre la infancia.

Enquist es autor polifacético al que se deben abundantes novelas y obras de teatro, una de las cuales, La noche de las tríbadas, llegó a estrenarse en Broadway en 1977, y pudo verse en Figueres el año pasado y en Madrid, hasta hace unos días, en la Nave 73, bajo dirección de José Carlos Plaza. Su relación con la escena no termina aquí, y hace unos años otra de sus novelas, El libro de Blanche y María, fue convertida en ópera por el compositor Mats Larsson Gothe. No está de más señalar que este hombre de casi dos metros de altura que debió luchar durante años con su alcoholismo se ha declarado en sus memorias deudor de las enseñanzas de su madre y de sus juveniles lecturas de Marx. Socialdemócrata convencido, fue colaborador de Olof Palme en el Consejo de Cultura sueco, y antes de eso fue campeón en su país de salto de altura. Sus memorias, que publicó con el título de Otra vida (Destino, 2015), constituyeron un fenómeno extraliterario en Suecia, al ser la primera vez que nuestro autor hacía públicos sus problemas con el alcohol. Su obra reciente incluye algunas narraciones para niños, entre ellas La montaña de las tres cuevas, que escribió para sus nietos y que ha sido traducida al castellano (Siruela, 2013).

En Hjoggböle, la aldea natal de Enquist, y durante los años de la Segunda Guerra Mundial, se desarrolla esta historia protagonizada también por niños, pero unos niños desgraciados que han sido llevados aprisa y de mala manera a la vida adulta. Los acontecimientos, como se ha dicho más arriba, transcurren en plena guerra, si bien no hay la menor alusión a ésta entre sus páginas, tal es el grado de aislamiento de la aldea y de sus habitantes. La vida en esta región norteña tiene un carácter endogámico y favorable por ello a producir artistas y locos, como ha escrito nuestro autor en alguna ocasión. Esa vida está dominada por dos elementos: uno, la naturaleza salvaje, cruel y mayormente gélida, con inacabables períodos nocturnos y otros semidiurnos; y otro, la religión, o más bien una variante no menos salvaje del pietismo cristiano. En este pietismo en el que fue criado el autor están prohibidas no sólo las actividades que habitualmente prohíbe la religión, en especial las relacionadas con el sexo, sino también el deporte y la poesía. Los niños protagonistas de la novela son víctimas de una especie de matriarcado primitivo en el que ellos se consumen al mismo tiempo que los adultos, cuyas vidas transcurren entre las faenas relacionadas con la estación y la iglesia. Es del intento de comprender a los mayores, y de adaptarse a la hostilidad del entorno, de lo que se nutre este drama rural contemplado y sufrido desde la perspectiva de uno de los niños, el cual deberá hacerse adulto antes de tiempo, y ello mediante la brutal comprensión de que la humanidad está dividida en tres clases: la de los verdugos, la de las víctimas y la de los traidores.

El drama comienza en la enfermería local, donde dos mujeres dan a luz el mismo día y casi al mismo tiempo. La primera de ellas es Josefina, que pronto será viuda y en cuyo horizonte vital apenas cabe algo más que el fanatismo religioso. Es su supuesto hijo el que narra la historia, cosa que hace desde su perspectiva infantil, marcada por las parábolas de la Biblia y por el carácter vengador del Dios del Antiguo Testamento, cuyo Hijo, que debería ejercer la función de mediador y la de consolar a las gentes, parece encontrarse siempre en otra parte. A fin de llenar la ausencia de este benefactor, el niño imagina a otro, el cual resulta ser el capitán Nemo protagonista de La isla misteriosa. Este personaje, y la imaginaria biblioteca que contiene su Nautilus, será la guía moral del protagonista y narrador de la novela, una guía que éste recibe de su mejor amigo, Johannes. Ambos, nacidos el mismo día de madres diferentes, son almas gemelas cuya afinidad no se encuentra en sus semejanzas, sino todo lo contrario. Pues sucede que la segunda madre es Alfild, una mujer que no pertenece a Hjoggböle y sobre cuyo origen circulan diversos rumores, uno de los cuales le atribuye una ascendencia cíngara. Alfild, pues, es una extraña, y en consecuencia también debe serlo su hijo. Es en la iglesia donde una vecina observa con detenimiento a ambos chicos y llega a la conclusión de que “el guapo y querido por todos” Johannes no puede ser hijo de la cíngara. De ello se desprende un proceso judicial y por fin la consumación del intercambio, en virtud del cual cada uno de los niños será entregado a una nueva madre.

A Johannes se le dará más tarde una hermana, Eeva-Lisa, chica seis años mayor y de origen no menos oscuro que el de Alfild, convertida ahora en madre del narrador de la historia. Será esta muchacha la que involuntariamente hará que todos se confronten violentamente con la vida adulta.

En sus novelas, Enquist es autor de estructuras complejas, cerradas y autosuficientes, las cuales se desenvuelven hasta crear atmósferas creíbles y conmovedoras, de lo que es prodigiosa muestra este relato de iniciación a cuya barbarie no es ajeno un tan particular como refinado lirismo. Se aprecian aquí ecos de Strindberg y de Faulkner, lo que no impide que sea nuestro autor de los pocos hoy en activo a los que es sumamente difícil adjudicar unos precedentes literarios. La estremecedora historia contada aquí no era extraordinaria en los ámbitos rurales de hace setenta años o acaso de ahora mismo, pero sí lo es en la forma en que se nos presenta y sobre todo en lo que se refiere a la construcción de la subjetividad del protagonista y narrador, una subjetividad en la que el lector debe zambullirse desde las primeras páginas y por las que es arrastrado a una observación e interpretación fabulosa de los hechos. Fabulosa en cuanto fábula, la cual contiene toda una visión del mundo, de las relaciones humanas y de la naturaleza. Si no puede contarse en una reseña el acontecimiento central del libro, que literalmente mantiene en ascuas al lector en un memorable capítulo, sí puede en cambio apuntarse aquí su desenlace, o al menos el sentido del mismo. Pues sucede que si La biblioteca del capitán Nemo significó para su autor una resurrección, la del triunfo físico e intelectual sobre el alcohol, lo que cuenta la novela resulta ser finalmente también una resurrección, la cual no es operada aquí por la magia de Dios, sino por la del amor.

“Resucitar, eso es algo que sólo puede hacer uno mismo, y en esta vida terrenal. Eso era, supongo, lo que al final comprendí. Más sencillo imposible. ¿Pero quién ha dicho que deba ser sencillo?” El libro está escrito con frases breves, a veces telegráficas, que constituyen el flujo de conciencia por el que el narrador interpreta su propio devenir y el de los otros. Un devenir del que es parte el aura poética del exterior y de los sentimientos a él asociados. Sentimientos ricos, abruptos, experimentados con la intensidad propia de un niño que los conoce por primera vez.

Se refiere el narrador en el prólogo a la novela, figuradamente décadas después de los hechos, a los escalofriantes cuentos infantiles que tratan “del sueño de la lucha del ser humano contra Dios”. Las imágenes de esos cuentos se establecen en la memoria y forman un mundo, y “durante mucho tiempo estuve seguro”, escribe el narrador, “de cómo iba a terminar: me llevarían a la biblioteca definitiva, donde los mitos serían reemplazados por la claridad, la angustia por la explicación, y donde todo al final llegaría a tener sentido”. Entretanto esa percepción de la vida, de la historia, conforma el mundo del niño-narrador, cuyas claves requerirán un prolongado aprendizaje que culminará en el cráter de la isla misteriosa, donde se encuentra el Nautilus, esa embarcación submarina con su capitán Nemo –Nadie–, donde se guardan el registro de los hechos y la lista de los tesoros salvados del naufragio de la infancia. Porque, “¿quién puede hablar de cómo era ser niño? Nadie. Aunque hay que intentarlo. Porque si no, ¿qué sería de nosotros?”

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