martes, 16 de febrero de 2016

DISPARATES / 148

¡PRECARIO!, DE MUSTAPHA BELHOCINE.

Hace ahora dos años Bill Gates afirmó, en una célebre conferencia pronunciada en Washington, que con lo que él definió como software substitution –el software destinado a reemplazar la actividad humana–, “y con la generalización de la lógica robótica y de algoritmos capaces de teledirigir a robots físicos, el empleo disminuirá drásticamente en los próximos veinte años, hasta el punto de convertirse en una situación excepcional”. Es sabido que dichas palabras han dado lugar a no pocas reflexiones acerca del mundo del trabajo y de su sombrío futuro. A la paradoja, o ilusión perversa, de que esta profecía conviva en nuestro tiempo con la promesa formulada una y otra vez desde el ámbito de la política de que el desempleo va a reducirse de manera inminente, e incluso con la de que todavía es posible alcanzar el ideal del pleno empleo, dedicó el filósofo Bernard Stiegler su libro La société automatique. L'avenir du travail, que se publicó el año pasado. En dicho libro Stiegler hacía un recorrido por la historia de las relaciones entre el trabajo y la técnica, recorrido que empezaba en la Grecia clásica y que continuaba por las observaciones al respecto de Kant, Hegel y Marx, en lo que venía a ser una especie de equilibrio inestable entre la capacidad del hombre para crear útiles técnicos que permitían su emancipación y una alienante –y siempre creciente– dependencia contraída hacia los mismos. Si la consiguiente devaluación del valor del trabajo manual ha sido ya objeto de numerosos estudios que frecuentemente han trascendido el reducido círculo de los investigadores y de la vida académica, no ha sucedido lo mismo con las desventuras del trabajo intelectual, quizá porque a éste se le suponen unos privilegios que en el imaginario colectivo han ido perpetuándose a lo largo de los siglos. A colmar esta laguna contribuye Précaire!, libro de Mustapha Belhocine que nos ilustra acerca de las peripecias de un aprendiz de sociólogo en el mundo moderno.

Después de una docena de años de caóticos estudios universitarios, Belhocine, de origen argelino, es desde 2012 profesor de sociología en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Articulista en diferentes publicaciones, el que comentamos aquí es su primer libro, el cual, a la manera cervantina, se nos presenta como “novela ejemplar”, dedicada a “narrar las aventuras picarescas de un pequeño soldado prófugo del ejército de reserva del capital, aprendiz de sociólogo, que cuenta por sí mismo sus luchas cotidianas para sobrevivir a la vieja explotación moderna”. La novela, que obviamente es autobiográfica, ha sido publicada en Francia hace unos días por la editorial Agone.

El libro se divide en siete capítulos, titulados La universidad de la desesperación, Un billete para la Francia de arriba, 48 horas, El infierno por decorado, Airtek, El sentido de la colocación y El diario del parado. Como indica el autor del libro, la narración nos describe en el estilo de la literatura picaresca las andanzas de un estudiante desde sus iniciales dificultades en la universidad hasta la búsqueda de su primer empleo, y, por fin, su caída catastrófica en las oficinas del paro.

Las aventuras se desarrollan en Francia, aunque podrían hacerlo en cualquier otro lugar de nuestra globalizada sociedad contemporánea. El protagonista narra en primera persona los azares de un mundo laboral caracterizado por la precariedad en el que se suceden las ofertas ruinosas de trabajo, el desamparo ante patronos dedicados con esmero a la sobreexplotación de sus empleados, la obligación de cumplir con horarios imposibles y la arbitrariedad de unas leyes que han sido dictadas para convertir al asalariado en materia desechable. La calidad de la reflexión de Belhocine nos permite familiarizarnos con el punto de vista de este sociólogo en paro decidido a aceptar cualquier empleo, por muy alejado que esté de sus intereses y de sus conocimientos, al tiempo que nos instruye acerca del sentimiento de inutilidad y de exclusión que nuestro héroe, reducido a pura condición servil, arrastra de una entrevista de trabajo a otra, habitante periférico de una sociedad que le ignora y le culpabiliza, como parásito que está llamado a ser del Estado y de los subsidios sociales. Así lo describe el autor: “En un momento en que los gobernantes multiplican sus inspecciones contra los defraudadores (esa chusma que vive por encima de sus posibilidades con fondos públicos), en un momento en que uno es parte de esos ‘asistidos’ tal vez empapados en alcohol a causa de una cierta melancolía, en un momento en el que los parados se empeñan (por la fuerza de los vasos comunicantes) en que una parte de la Francia de abajo tome el ascensor social a fin de llegar arriba, muy arriba, a la Francia que se levanta temprano, que valora el trabajo, que no calcula el número de las horas extraordinarias, que baila al compás de J'aime ma boîte, en un momento en el que los parados duermen hasta mediodía antes de regresar a su bar favorito, a esta hora también yo, pudiente entre los pudientes, aprendiz de sociólogo, pero no menos parado por eso, estoy en camino hacia la agencia ANPE del aeropuerto de Roissy Charles de Gaulle, de donde me llamaron para una entrevista de trabajo como cargador de equipajes”.

El licenciado en sociología no puede dejar de hacer comentarios críticos a los hechos, los espacios, las personas que se suceden ante él en sus múltiples entrevistas de trabajo, las cuales acaban por convertirse en sí mismas en un trabajo, convertida ya la verdadera consecución de éste en ilusión kafkiana del todo inalcanzable. Ante él desfilan aeropuertos, oficinas, despachos y más oficinas, todos ellos habitados por impecables azafatas, secretarias, ejecutivos y directores de personal, imbuidos en su totalidad de ordenanzas, cursos de desarrollo, tests en diversos idiomas y citas aplazadas, parte todo ello de una devoradora maquinaria burocrática concebida para llevar al solicitante de empleo de aquí a allá, de lo que éste no puede quejarse, pues al fin y al cabo tiene tiempo de sobra. Dicha maquinaria consigue por momentos eliminar toda voluntad de la persona, en la cual se despierta la vocación de parado, la de eterno solicitante que en el fondo ha perdido ya toda esperanza, sin que pueda permitirse por ello llegar tarde o mucho menos faltar a la próxima entrevista de trabajo. “Escribo estas líneas aterrorizado: soy un parado desde hace dos años y no tengo ninguna perspectiva de encontrar empleo… El tiempo pesa, y el tiempo pasa… Mi subsidio se acabará pronto, sólo en unos meses: unos meses hasta el fin de todo”.

La experiencia de Belhocine acabó con lo que podría llamarse casi un final feliz, y también de este modo, esperanzadamente, concluye la novela, la cual, en el camino, consigue ser sin embargo un relevante testimonio social de los que no abundan, crónica escrita no sin humor pero sobre todo con precisión verista, y que otorga rango de epopeya al declinar del trabajo en nuestros días. Convertido en residuo de otros tiempos, éste se aparece como un premio concedido aleatoriamente, a la manera de los premios de Euromillones a los que sin éxito aspira el protagonista de la novela. Ser beneficiario o no de esta lotería es lo que da al personaje el carácter de visible o invisible, dividiendo su condición entre la de humillada larva y la de persona, siempre amenazada, no obstante, de ser devuelta a su condición anterior en su calidad de individuo habitado por el signo de los tiempos: la falta de certezas y la precariedad.

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