martes, 10 de abril de 2012

LECTURA POSIBLE / 53


LAS HISTORIAS DE FAMILIA DE URS WIDMER

Entre la producción literaria de algunos pequeños países (pequeños por su dimensión, se entiende) se encuentran a veces joyas cuya divulgación tropieza con la competencia de los que sí poseen una gran industria editorial, lo que aún se agrava cuando el pequeño país, por su situación geográfica y su historia, intenta expresarse en la lengua de uno de sus poderosos vecinos. Es lo que le sucede a la literatura suiza, que no ha tenido tradicionalmente una gran acogida entre nosotros. Por ceñirnos al alemán, que es seguramente el idioma en el que la novela ha alcanzado sus mayores logros en ese país plurilingüe, de los tres grandes autores realistas del siglo XIX, Conrad Ferdinand Meyer, Gottfried Keller y Jeremias Gotthelf, es poco lo que se ha traducido al castellano, y si bien la novela del segundo de ellos Enrique el verde goza de una justa fama, en España apenas ha llamado la atención fuera de un restringido círculo de estudiosos. No mucha mejor suerte han corrido las obras de dos autores dramáticos del siglo pasado metidos eventualmente a novelistas: Max Frisch y Friederich Dürrenmatt, del último de los cuales se ha podido ver no hace mucho en los escenarios españoles su magnífica La avería, y que, igual que su casi exacto coetáneo Frisch (ambos murieron al inicio de los noventa), también escribió novelas, en una de las cuales precisamente se basó el autor para escribir la citada obra teatral. Un caso aparte, por muchas razones, es el de Robert Walser, el más universal de los escritores suizos del siglo pasado, a cuya obra el tiempo no ha hecho todavía la justicia que merece.

Urs Widmer, escritor en activo que también ha dividido su tiempo entre el teatro y la novela, es heredero de esa noble tradición literaria, lo que se advierte cumplidamente en las dos únicas novelas que de él se han traducido al castellano: El amante de mi madre y El libro de mi padre (había otra, El sifón azul, ahora descatalogada). Ambas participan de la apariencia de humildad, incluso en sus dimensiones, que ya fue típica de la obra de Gotthelf en el siglo XIX y de la de Walser en el XX. Y es que estos autores, como el propio Widmer, hallaron su fuente de inspiración en la narración de lo sencillo y lo doméstico, ámbito que, por ser en el que universalmente se desarrolla nuestra vida, encierra toda la profundidad y gravedad, se diría que involuntarias, de los llamados “grandes temas”. En esta importante tradición literaria, marcada por una intención aparentemente modesta y hasta costumbrista, se nos suele aparecer (como ocurría en la obra de Walser) un protagonista que pasea y que nos narra lo que encuentra en el camino, o un joven e inexperto aprendiz que nos informa de su entrada en la vida. Así sucede con las obras de Widmer que comentamos, obras que, como sugieren sus títulos, están narradas en primera persona y desde la perspectiva que correspondería a un niño.

Widmer nació en Basilea en 1938 y estudió Filología e Historia. En Frankfurt, donde vivió casi veinte años, fundó la editorial Verlag der Autoren, dio clases en la Universidad y comenzó a escribir en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Por la casa de su padre, que era traductor, crítico literario y profesor de secundaria, pasaron jóvenes y entonces desconocidos escritores que con el tiempo habrían de tener un papel más que destacado en la literatura alemana, entre ellos Heinrich Böll. Como su padre, ha ejercido también la traducción y la crítica literaria.

Las dos novelas de Widmer disponibles en castellano fueron escritas en 2000 y 2004, tienen un mismo narrador y de hecho describen los mismos acontecimientos, aunque la primera de ellas la protagoniza la madre, Clara, y la segunda el padre, Karl. En 2006 escribió Widmer la tercera novela sobre el mismo tema, que viene a completar una especie de santa trinidad y cuyo protagonista es ya, lógicamente, el propio narrador, es decir, el hijo: Ein Leben als Zwerg (Una vida de enano). Las tres, como toda la obra de Widmer, fueron publicadas originariamente por la editorial de Zurich Diogenes.

El amante de mi madre nos cuenta la historia de Clara, que en su juventud se enamoró del director de orquesta Edwin Schimmel. La narración nos introduce en el ambiente en el que se creó la llamada “nueva música” y en la formación de una joven orquesta de aficionados que, tras la más absoluta incomprensión inicial, acabaría alcanzando un enorme éxito. Schimmel aparece como el fundador de dicha orquesta y como un héroe inalcanzable para Clara, reducida en aquélla a la condición de tesorera. Tras quedar embarazada y provocarse un aborto, su admiración y su amor por Schimmel no hacen sino aumentar, a despecho de la indiferencia de éste, que sólo parece vivir para la música. Más tarde el director se casará con una rica heredera y se convertirá en brillante empresario, porque sucede que tal personaje ha sido bendecido por la suerte, y sus proyectos siempre llegan a una feliz consumación, por aventurados que sean. Sólo entonces se casará Clara con un oscuro profesor de literatura, con el que tendrá un hijo (el narrador), y cuyo nombre (el del padre) no aparece en ninguna parte de esta novela.

En el relato anterior se intercalan diversos acontecimientos, entre ellos los relacionados con los orígenes familiares de Clara, cuya numerosa familia transalpina recibirá en una ocasión la visita del Duce, así como los que corresponden a los coqueteos de Schimmel con los comunistas y a la guerra, que tampoco perdonó a la neutral Suiza.

El libro de mi padre describe la vida del personaje que queda innominado en la novela anterior. Karl tiene su origen en una aldea remota, de hecho más allá de un caserío llamado El Fin del Mundo. La tradición manda que al producirse un nacimiento en esta aldea se fabrique en el acto un ataúd  para el futuro difunto, ataúd que se deposita delante de su casa, donde lo esperará hasta el momento en que le sea de utilidad. Además, a los doce años los muchachos deben caminar completamente solos hasta la aldea del padre, donde serán sometidos a un ritual de iniciación. En esa fecha el joven recibe un libro en blanco, en el que deberá escribir todos los días y que será por ello el libro de su vida, destinado a ser leído por sus descendientes sólo tras su fallecimiento. De manera que lo que tenemos en las manos es literalmente “el libro del padre”, que ha tenido que ser reescrito por el hijo por razones que se conocerán al final de la novela. Por él nos enteramos del modo en que él y Clara se comprometieron, de las penalidades económicas que padecieron y de los vaivenes de su relación. Y también aquí aparece fugazmente el famoso Edwin Schimmel, junto a otros personajes como Heinrich Böll y Bela Bartok. Por la historia del padre conoceremos de manera más directa que por la de Clara las circunstancias políticas del momento, ya que Karl es comunista, y también las de la guerra, puesto que Karl fue movilizado (como el resto de los suizos) en el momento mismo en que ésta se declaró.

Ya se ha dicho que los dos libros están escritos en primera persona. Conviene añadir que el narrador no carece de humor y que de hecho las dos novelas, sobre todo la segunda, tienen mucho de parodia, cargada ésta de imaginación e ironía. Que de los mismos hechos, descritos a través de dos personajes que son marido y mujer, resulten dos novelas tan distintas viene a ser una muestra de algo más que lo que solemos llamar la incomunicación humana. Pues es cierto que lo que no sabemos del otro (que es casi todo), lo que no podemos ni sabemos compartir, se encuentra sólo en el libro de la vida de cada uno, un libro en el que escribimos cada día, en el que también echamos nuestros borrones y que sólo podrá ser leído tras nuestra propia muerte.

Hasta qué punto los hechos narrados son autobiográficos o no es una cuestión que ha sido muy discutida en Suiza y fuera de ella, pues sucede que el tal Edwin Schimmel podría no ser otro que Paul Sacher, prominente figura nacional suiza que a su fama como director de orquesta hay que sumar su importancia como gran empresario, condición esta última a la que accedió por su matrimonio con Maja Stehlin, viuda de uno de los fundadores del imperio farmacéutico Hoffmann-La Roche. Parece ser que el propio Urs Widmer podría ser hijo de Paul Sacher, árida cuestión que no añade ni resta valor a la obra de Widmer y que él mismo parece contemplar más bien con saludable humor. Éste es precisamente uno de los temas de la tercera parte de la trilogía, con la que es de esperar que alguna editorial española nos obsequie algún día.

Pues en efecto tras la lectura de estos libros nos quedamos con las ganas de saber algo acerca del hijo. Éste sólo alude a sí mismo brevemente en El libro de mi padre, y curiosamente lo hace en tercera persona refiriéndose a “el niño”, el cual “se daba con el puño en la cabeza” cuando estaba dormido, interpretando “algo parecido a un andante”. Además se hacía nudos en el pelo, se chupaba el dedo, y “cuando no estaba inmóvil, silbaba, pero no como un pájaro, sino apretando los labios, conciertos enteros. Sin embargo”, añade, “sí que era un pájaro, el niño, pues, como él, un pájaro dice con su canto: Aquí estoy, existo, éste es mi sitio, estoy bien”. Por lo demás, la mejor descripción del estilo y del universo literario de Urs Widmer la da uno de sus personajes, de quien el narrador expresa así sus preferencias literarias: “le encantaba lo pequeño e insignificante, así como lo inconformista, lo anárquico y lo rebelde”. Interesante tarjeta de presentación para un autor del que los buenos lectores agradecerían conocer algo más.

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