martes, 26 de junio de 2012

LECTURA POSIBLE / 64


CRUZ SIN AMOR, LA PRIMERA NOVELA DE HEINRICH BÖLL

Hoy Heinrich Böll no está de moda. Lo estuvo, y mucho, hace décadas, cuando esos actos paralelos que son la lectura y la escritura tenían un carácter político: carácter de descubrimiento y, por ello, carácter de reivindicación, de voluntad de conocer. Había dos razones para el éxito de Böll en la España de entonces. En primer lugar su catolicismo progresista, que le hacía familiar en virtud de la educación que habíamos recibido. Y, en segundo, su también familiar para nosotros denuncia solitaria del fascismo, el cual, contra todo pronóstico, había sobrevivido a su defunción, ampliamente proclamada por los libros de Historia. No conocíamos entre nosotros, o apenas, ese catolicismo rebelde, crítico, incómodo y subversivo que, salvando las distancias, el activista Böll compartía con Graham Greene, además de con su amigo Ernesto Cardenal, a quien dedicó un hermoso poema, y que contradecía la vetusta imagen que de tal religión imperaba en el sur de Europa. Una de las desgracias no menores de este tiempo, sobre todo en nuestro continente, es la casi total extinción de esa variante católica que lee las Escrituras como libro del amor universal, un sentido muy distinto al que las altas esferas han impuesto a las gentes religiosas como canónico.

La presencia de esa particular religión en la conciencia y en la obra de Böll constituyó un buen punto de partida para la recepción en España de novelas como Opiniones de un payaso, Retrato de grupo con señora, El honor perdido de Katharina Blum o Mujeres a la orilla del río. Al lector en castellano le costaba poco establecer una corriente de simpatía con el autor, una corriente subterránea de entendimiento basada en una experiencia, una mitología y una cultura comunes. Esa afinidad de sensibilidades, que explica la gran difusión alcanzada por la obra de Böll en los años 70 y 80, bastó afortunadamente para hacer de él un clásico cuya obra se sigue reeditando. E incluso para que no hace mucho se publicara esta Cruz sin amor, obra primeriza que no se editó en vida del autor y que ni siquiera figura en la nómina oficial de las obras de Böll.

En 1937 su autor trabajaba en una librería. Dos años después fue llamado a filas y enviado al frente del Este, en el que sería herido cuatro veces. En 1945 fue recluido en campos de prisioneros de Francia y Bélgica. En diciembre de ese año, con veintisiete de edad, Böll se reúne con su mujer en Colonia. Con ella se había casado unos años antes durante un permiso. Poco a poco empieza a reconstruir su casa, derruida por un bombardeo, y mientras tanto escribe una historia de dos hermanos, Christoph y Hans, hermanos de sangre pero enemigos en el mundo de las ideas, pues mientras uno, el primero, permanece fiel a la formación religiosa recibida y que encarna su madre, el segundo se ha dejado seducir por el nacionalsocialismo. Ambos pasarán los tormentos de las instrucción militar, la disciplina prusiana y el combate en los frentes, encontrándose finalmente en el fragor de la batalla para confrontar lo hecho y pensado por uno y otro.

Es preciso señalar que Böll escribe cuando los horrores de la guerra, más que en la memoria, están todavía vivos y a flor de piel. Son los años de las ruinas, que el escritor remueve en contra de la opinión general y en busca no ya de historias, ni de los restos del pasado, sino acaso de una modesta y desconocida verdad. “Pues para quien tenga ojos para ver, las cosas se vuelven trasparentes, y debería ser posible penetrarlas con la mirada, y puede intentarse penetrarlas, ver dentro de ellas por medio del lenguaje. El ojo del escritor tiene que ser humano e insobornable: no hace falta jugar a la gallina ciega, hay lentes de color de rosa, de color azul, lentes negros, que colorean la realidad según se necesite”, escribió Böll en 1952 en su Profesión de fe en la literatura de los escombros.

Cruz sin amor presenta ya esa dialéctica de guerra civil que dividía a la Alemania de la época y que, envuelta en oscuras complicidades, se prologaría durante la postguerra. Al desvelamiento de esas complicidades dedicaría Böll el resto de su obra. En efecto, como sucede con los protagonistas de esa excepcional novela ya de madurez que es Billar a las nueve y media, también los personajes principales de Cruz sin amor han comulgado con lo que allí se llama “el sacramento del cordero” y el “sacramento del búfalo”, y mientras Christoph, incluso como soldado, intenta mantener su oposición al nazismo y al militarismo dominantes, Hans se deja arrastrar ciegamente por ellos, cayendo en la “sangrienta soledad del Estado” que lo desmenuzará moralmente, haciendo realidad la predicción formulada por su hermano en vísperas del estallido de la guerra: “Pronto nos será revelado de qué es capaz la existencia del demonio”.

Y es que la guerra que se desarrolla materialmente, de lo que Böll no nos ahorra detalles, también se despliega como lucha espiritual, constituyéndose así las conciencias de ambos hermanos en un campo de batalla en el que se enfrentan a vida o muerte Dios y el demonio. En este escenario trágico, y como ocurriría después en muchas obras de Böll, las mujeres (y lo que es más: “la mujer”, el ideal femenino transmutado en la figura de la madre) atesoran algo más que la infausta memoria de los hombres, padres, esposos, hermanos o hijos que murieron en la guerra, convirtiéndose también en depositaria del amor. A ella corresponde la forma más completa de resistencia y de esperanza. Pues la religión de Böll parece remontarse a algún lejano ancestro femenino contemporáneo del coro de la tragedia griega. Tal vez por eso en esta novela los retratos psicológicos de las mujeres están más logrados que los masculinos, cargados estos en exceso de ideología y, en el caso de Hans, de “lamentable sumisión alemana”. 

Böll escribió Cruz sin amor en 1946, año que para él fue de gran creatividad pero también de gran frustración, ya que no encontró editor para ninguna de sus obras, entre las que figuraba otra novela, El Ángel callaba (que no se publicaría hasta 1992), así como diversas narraciones breves y ensayos. “De ninguna de las maneras puedo justificar por más tiempo esta forma de vida ante mi familia”, escribió; “y a pesar de que a veces (por unos segundos) creo tener una misión que cumplir, a fin de cuentas la literatura no merece una sola hora de infelicidad de mi mujer o de mis hijos”. En 1949 la editorial Friedrich Middelhauve publica El tren llegó puntual, que hasta hace poco se ha considerado oficialmente su primera novela y que cuenta la historia de un soldado camino del frente. Era la primera de una extensa serie de narraciones por las que recibiría el Nobel en 1972. Mientras tanto, Cruz sin amor, rechazada por la revista Das Abendland, fue a parar a un cajón del que finalmente salió en 2002, formando parte del segundo volumen de sus obras completas editadas en Colonia.

Quizá sea superfluo aclarar que Cruz sin amor no es de las mejores novelas de Böll, a lo que enseguida hay que añadir que su gran interés hoy consiste en la veracidad exenta de artificios con que describe el conflicto que dividía a Alemania y a Europa en aquel tiempo, un conflicto que alcanzaría la dimensión de todos conocida, pero que ya se había mostrado sordamente en la penumbra de las calles y en la intimidad de la vida doméstica. Pues las guerras se gestan en la privacidad de una pérdida absoluta de valores morales. La actitud de quienes se niegan a participar de dicha pérdida cobra así rango de ejemplar, y su decisión de preservar su espíritu libre de tal depravación adquiere, por la presión insoportable a la que es sometida por el entorno, un tinte épico. “Nos avergonzábamos de haber sobrevivido”, escribió Böll en uno de sus ensayos sobre la guerra, supervivencia sin embargo necesaria que en él adoptó la forma del cumplimiento de una misión que no era sólo literaria, ya que de las ruinas morales del imperio que debió durar mil años tenía que surgir un nuevo país. Un país por cierto vendido al nuevo demonio del progreso técnico y en el que la desmemoria reina por decreto, como Böll no se cansó de denunciar en su obra de madurez. Nacido en 1917 con el final de una guerra y que debió servir, pese a sus múltiples intentos de evitarlo, en otra, Böll estaba curado de toda ingenuidad: “Esta tierra no es virginal ni, en modo alguno, inocente, y jamás ha llegado a lograr la paz”. Razón de más para volver a acercarse a este autor que, siempre lúcido y a contracorriente, supo reservar entre los escombros un lugar a la esperanza.

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