martes, 24 de abril de 2012

LECTURA POSIBLE / 55


SEAMOS LAICOS, DE JEAN JAURÈS

En la excelente y entre nosotros casi desconocida novela de Paul Nizan La conspiración (Icaria, 1978) sus jóvenes protagonistas, fundadores y redactores de la revista Guerra Civil, planean la futura revolución; descubren el mundo y a veces, difícilmente, el amor; visitan los tugurios parisinos en los que se hartan de pernod; filosofan a la orilla del Sena y asisten al traslado de los restos de Jean Jaurès al Pantheón, “donde el muerto de julio del catorce era esperado por la agradecida patria y lo que quedaba de los grandes hombres”. Jaurès fue asesinado por un ultraderechista en esa fecha, vísperas de la Gran Guerra, en el Café du Croissant, en Montmartre. En su novela, Nizan describe aquella ceremonia a la que asistieron miles de parisinos, la impaciencia de quienes aguardaban a las puertas del Pantheón, ya que al parecer el tren que trasladaba los restos mortales se había averiado, la orquesta que tocaba la marcha fúnebre del Sigfrido de Wagner y el clamor de gritos irreconocibles entre los que algunas veces se adivinaba la palabra Jaurès. “Nadie lloraba”, nos dice Nizan, quien también habría de morir por la mano de un hombre, en 1940, durante la Batalla de Dunkerque.

Jaurès nació en Castres, en la región de Mediodía-Pirineos, pequeña población hoy gobernada por un alcalde del partido de Sarkozy que tiene entre sus atracciones turísticas un museo con obras de Goya y de otros pintores españoles. De Jaurès, héroe y mártir de la izquierda francesa, fundador de L’Humanité, ha publicado hace unas semanas Trama Editorial un volumen titulado Seamos laicos. Educación y laicidad, que reúne textos de diversa procedencia y que viene a sumarse a lo poco que de este importante autor puede leerse hoy en castellano. El libro, que incluye un esclarecedor prólogo de Dionisio Llamazares, se presentó el mes pasado en el Ateneo de Madrid, y consta de una primera parte con intervenciones parlamentarias de 1910 y de una segunda en la que se recogen varios artículos que el autor escribió para la Revue de l’enseignement primaire et primaire supérieur entre 1908 y 1909.

Cuando Jaurès escribió estos textos se verificaba en Francia una reacción de las fuerzas conservadoras y clericales en contra de algunos logros de la Tercera República, sobre todo en el campo de la educación. El cuestionamiento de la enseñanza pública no se enmascaraba con motivos económicos, como ahora, sino en virtud de una pretendida falta de valores morales que sustituyeran a los religiosos en la formación de la infancia. Pese a la variopinta procedencia de los textos de Jaurès aquí recogidos, estos constituyen una respuesta coherente a dicha crítica y todo un programa, de absoluta vigencia en nuestros días, acerca del sentido y la necesidad de la escuela laica.

Para Jaurès el laicismo en la enseñanza, ante todo, no consiste en otra cosa sino en preparar al individuo para el uso de la libertad del pensamiento, lo que implica la conquista de la propia soberanía frente a cualquier dogma. Los de Jaurès eran tiempos de optimismo científico, y precisamente a la ciencia debía corresponder un papel destacado en la formación de los individuos. Así, la moral laica que Jaurès propone es científica y a la vez humanista, pues en ella alienta “la aspiración de que todas las personas sean libres, que se practique la justicia”, entendida ésta como justicia social, “y que se defiendan los derechos humanos” que ya habían sido recogidos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 (y que por cierto adoptaría la asamblea general de las Naciones Unidas en 1948). Razones suficientes, según alegaba el autor hace más de cien años, para reconocer al Estado (un Estado laico, se entiende) el derecho a instituir un sistema de enseñanza pública eficiente. Pues ésta constituye una de las máximas responsabilidades de todo gobierno, siendo como es la educación el taller o el laboratorio en el que se construye el futuro, lo que la convierte en el centro del conflicto entre las fuerzas reaccionarias y progresistas de toda sociedad. Cuestión que Jaurès, en el contexto de su tiempo, expresó así: “La próxima gran batalla contra el conservadurismo se desarrollará con toda probabilidad en torno a la escuela laica”.

Los textos de Jaurés también constituyen una definición del acto de enseñar, “acto de generación que debe comunicar los principios esenciales de la libertad y la vida”, lo que convierte de hecho a la enseñanza en un acto de ciudadanía y de generación de nuevos ciudadanos dotados de razón y libertad de conciencia. Éstos son herederos de una conciencia previa, colectiva, propia de una sociedad persuadida de la eficacia moral y social de la razón. De ahí que la educación no pueda recaer en grupo sectario alguno, sino que debe conformarse como una experiencia colectiva de transmisión del saber público, el cual garantiza a su vez la futura libertad de criterio. Ninguna enseñanza privada puede usurpar esta función, ya que necesariamente ella responderá a unos intereses ajenos a los colectivos y carecerá además de esa capacidad que tiene lo público para transmitir la integridad de la experiencia de una nación. La enseñanza, desde la perspectiva de Jaurès, viene a ser el fundamento de toda sociedad democrática, adquiriendo así el rango de poder soberano.

Únicamente la educación pública, concluye Jaurès, asegura que al niño “lo iluminen todos los rayos procedentes de cualquier lado del horizonte, y la función del Estado consiste en impedir que se intercepte una parte de esos rayos”. A lo largo de estos textos, junto a la idea arriba mencionada de la colectividad que transmite su conjunto de experiencias mediante la enseñanza a la siguiente generación, Jaurés insiste en la estrecha vinculación entre ésta y la realidad social, cuyo progreso era irrenunciable desde su ideología de republicano y socialista.

Seamos laicos es un libro necesario y de sorprendente actualidad del que muchos párrafos parecen haber sido escritos en estos días en que la ya precaria enseñanza pública padece interesados ataques inéditos en la historia reciente. Los textos de Jaurès ilustran fielmente un conflicto que no es sólo de hoy, y también el esfuerzo que ha sido preciso para alcanzar logros que ahora vuelven a estar amenazados. “Quizá los hombres y mujeres de las aceras habían tenido deseos de mantenerse tranquilos, porque habían venido allí en familia, por curiosidad o por agradecimiento, o por fidelidad a las imágenes sentimentales que París guardaba de Jean Jaurès y de su canotier y de su viejo chaqué y de sus puños alzados contra la guerra ante el inmenso cielo del Pré Saint-Gervais, pero no había forma de estar tranquilos”, escribió Paul Nizan en la novela citada al principio, en su espléndida descripción de la llegada del cadáver de Jaurès al Pantheón. Éste, que en vida fue un gran orador admirado incluso por sus enemigos, sigue expresándose hoy con luminosa elocuencia.

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