martes, 3 de julio de 2012

LECTURA POSIBLE / 65

ANNEMARIE SCHWARZENBACH, UNA MUJER EN EL DESIERTO

La aventura de Annemarie Schwarzenbach está rodeada de la atmósfera misteriosa y vital de los pioneros, no obstante ser los suyos un viaje y una búsqueda que cuentan con un preclaro antecedente. En 1899 la por entonces veinteañera Isabelle Eberhardt hizo la maleta, abandonó su pacífica Suiza natal y se marchó al Sahara. El resto de su breve existencia tiene un carácter mítico que todavía hoy no deja de sorprender y que en 1991 dio lugar a una adaptación fílmica dirigida por Ian Pringle. Sus relatos, obra de una beduina conocedora del desierto y de las pasiones que bullen en él, tardaron en conocer la difusión que merecían, y sin duda alimentaron los sueños de la también suiza y adolescente Annemarie Schwarzenbach, que no tardaría en seguir sus pasos. 

El general Lyautey conoció a Isabelle Eberhardt, a la que encomendó una misión diplomática en Argelia. Sobre ella escribió lo siguiente: “Era lo que más me atrae del mundo: una rebelde. Encontrar a alguien que sea verdaderamente ella misma, fuera de cualquier prejuicio, cualquier cliché, y que pase por la vida tan liberada de todo, cual pájaro en el espacio, sí, qué regalo… ¡Amaba ese prodigioso temperamento de artista y todo lo que en ella hacía sobresaltar a los notarios, caporales y mandarines de cualquier calaña!” Comentario que a Annemarie Schwarzenbach no le habría desagradado que se refiriese a ella misma. 

Para el lector en castellano ésta última ha sido hasta hace unos años sólo un nombre con el que era posible tropezarse en los lugares más insospechados. Aparece en la dedicatoria que Carson McCullers, con la que convivió unos años en Nueva York, escribió para su novela Reflejos en un ojo dorado. Los lectores de Klaus Mann la recordarán por el viaje que ambos hicieron a Moscú en 1934 para asistir al Congreso de Escritores. Además, el apellido Schwarzenbach se vio envuelto, muy a pesar de Annemarie, en el escándalo que puso fin a la historia del Pfeffermühle, el cabaret antifascista que otro miembro de la saga de los Mann, Erika, abrió en Zurich durante su exilio en esta ciudad. Era, pues, un personaje al que conocíamos de oídas, pero de cuya vida no sabíamos gran cosa, no digamos ya de su obra. Esta laguna ha venido a llenarla la benemérita editorial Minúscula con cuatro libros que reúnen buena parte de sus relatos y su novela más conocida: Muerte en Persia

Annemarie Schwarzenbach nació en una de las familias más linajudas de Suiza. Su madre estaba emparentada con el canciller Bismarck y tenía gran amistad con Arturo Toscanini, además de con los miembros de diversas casas reales. Pero ya de niña “el ángel devastado”, como la llamaría Klaus Mann, dio muestras de no encajar en tan noble familia, lo que motivó numerosas consultas médicas y un diagnóstico implacable, terrorífico para quien se hallaba aún en plena pubertad: esquizofrenia. En la Universidad de Zurich estudió historia y literatura, escribió sus primeros relatos y siguió dando muestras de su “extravagante” conducta. Su familia, y en especial su madre, no entendía esa afición de la joven a vestirse como un hombre y a llevar el cabello cortado a lo garçon, por no hablar de los rumores que ya entonces empezaban a circular acerca de su homosexualidad. En 1939 conoció a los hermanos Mann, con los que mantendría una variable relación que acabaría por enfriarse tras el cierre del cabaret de Erika, en el que tomó parte activa la poderosa familia Schwarzenbach. Viajó como fotógrafa a España y Afganistán, pero fue en Persia donde encontró “algo más que un viaje: una experiencia”, como escribió a Klaus Mann en una de las múltiples cartas que le dirigió. En medio de ello estaba su adicción a la morfina, además de un desastroso matrimonio con un diplomático francés. A estos años, que en Alemania son los del ascenso del nacionalsocialismo, corresponde la transformación de Schwarzenbach en escritora. 

“La concepción que tiene Schwarzenbach de Persia como espacio de itinerancia y escritura por antonomasia, y por tanto también su concepción de Muerte en Persia, están íntimamente relacionadas con el origen, la forma y el objetivo de sus viajes”, nos dice Roger Perret en el posfacio de la novela. Su primera expedición a Persia fue en 1934, como etapa final de un viaje por Oriente. La segunda, pocos meses después, constituye ya la decisión consciente de una “iniciada”, convertida en miembro de una excavación arqueológica en Rhages, al norte de Irán. Volvería dos veces más, la última en 1939 en compañía de Ella Maillart, también fotógrafa y autora de libros de viajes. Gran parte de la obra literaria de Schwarzenbach es producto directo de su conocimiento de Persia, así como del deseo de explicarse a sí misma las razones por las que ese país la atraía para “sucumbir allí a innominadas tentaciones”, según escribió. Así, Muerte en Persia es un libro con fuerte carácter autobiográfico por el que desfilan personajes reales como André Malraux y otros que nos son conocidos por su correspondencia, entre ellos la joven turca a la que amó con pasión y cuyo nombre ficticio es Yalé, acaso única ficción en un relato que conmueve por su autenticidad. En él, un personaje no menor es la naturaleza salvaje con sus colinas pedregosas, los valles y desiertos de la región, escenario de la vida miserable de las gentes del campo y de los occidentales que habitan entre ellas, aventureros, europeos huidos del nazismo, diplomáticos, arqueólogos y otros errantes sin actividad conocida, devueltos en Persia a un estadio humano anterior a la civilización y en los que sus alegrías, amores y miedos adquieren por ello una dimensión casi sobrehumana. Pero ese escenario de sublime belleza es sobre todo el de la tragedia de la soledad. 

En Todos los caminos están abiertos, título ya clásico en la literatura de viajes, Schwarzenbach narra su turbulento viaje a Afganistán, de nuevo en compañía de Maillart y su morfina, y lo hace con la intuición exacta de quien tiene derecho a reclamarse el último viajero de las tierras vírgenes, que poco después serían sometidas al progreso occidental y finalmente a la devastación de la guerra. No es extraño, pues, siendo como era ella una gran conocedora de los paisajes y la ruinas, que su viaje cobre la forma de una iniciación que es a la vez fuga y búsqueda, ambas vividas con la intensidad propia de una existencia puesta al límite y manifestada con exquisita poesía. 

Perdido en un archivo de Suiza hasta 2007, el manuscrito de Ver a una mujer ahonda en esa autenticidad ya mencionada para rescatarnos un fragmento de vida, el encuentro fortuito de la autora en un hotel de Saint Moritz, en la Engadina, con una mujer por la que experimentará un deslumbramiento amoroso que se nos presenta aquí en forma de texto casi automático, irreflexivo, inseparable de los hechos narrados, hechos que pocas veces se han descrito tan vivamente en primera persona. El título del relato (que carece de él ya que sin duda no fue concebido para su publicación) se ha tomado de su primera frase: “Ver a una mujer, sólo por un segundo, sólo por el breve lapso de una mirada, para luego volver a perderla, en la oscuridad de un pasillo, tras una puerta que me está vedado abrir”. Puerta que no permanecerá cerrada mucho tiempo, tras la que espera una revelación y que tiene el carácter huidizo de los grandes misterios de la vida. La narración transcurre en una semana, tiempo suficiente cuando la intensidad con la que se vive el momento es total (o mortal) y tras la que la amada vuelve al desconocido lugar del que surgió. 

Por último, el volumen Con esta lluvia recoge catorce relatos de Schwarzenbach, nunca publicados en vida de la autora a pesar de que algunos de ellos le fueron enviados a Klaus Mann desde su exilio persa. Son historias escritas en los años de Muerte en Persia, que obedecen por ello al mismo impulso y por los que transitan a menudo los mismos personajes. El personal estilo de estas narraciones carece por completo del aura mágica de los cuentos de las mil y una noches (lo que explica en parte, además de la censura, la escasa difusión de la obra de Schwarzenbach en vida) y más bien aparece aquí y allá el eco de alguno de los más influyentes novelistas de la época, entre ellos Hemingway. Sus protagonistas son jóvenes europeos y norteamericanos que, como dice alguno de ellos, se consideran “soldados sublevados” y que viven en permanente conflicto con el desértico entorno, al que sin embargo están encadenados a la manera que sucede en las grandes y trágicas historias de amor. 

Y no otra cosa sino esto, una gran historia de amor, fue el paso de la libre y rebelde Annemarie Schwarzenbach por la vida, de la que se despidió a los treinta y cuatro años de edad tras sufrir un accidente. Como el de su antecesora Isabelle Eberhardt, su viaje, del que estos libros nos han dejado constancia, estuvo generosamente cargado de amor o lo que es igual: de deseo de compartir. Eso mismo, en beneficio entonces de sus amantes y ahora de sus lectores, es la literatura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario