martes, 21 de agosto de 2012

LECTURA POSIBLE / 71

CONCHA ALÓS EN EL OLVIDO

En una monografía publicada en 1985, cierto crítico literario anotó: “Escribir de este modo no procede tratándose de una mujer”. Las obras a las que se refería el crítico eran Los enanos y Las hogueras, y la mujer que escribía de manera improcedente era Concha Alós. Este agosto se ha cumplido un año de su fallecimiento, aniversario que ha pasado inadvertido para nuestra jet set literaria, la cual tampoco se inmutó cuando Alós, enferma desde hacía años de alzhéimer, fue enterrada en el cementerio de Montjuic. Y sin embargo Alós fue una de las autoras más leídas en la España de los años 60 y 70, además del único escritor que ha recibido dos veces el premio Planeta, en 1962 y 1964, al primero de los cuales tuvo que renunciar en beneficio del finalista Ángel Vázquez.

Nacida en Valencia en 1927, en una familia obrera y republicana, Alós pasó parte de su infancia en Castellón y en Lorca. Los recuerdos de esta última ciudad murciana, adonde se trasladaron sus padres huyendo de los bombardeos durante la Guerra Civil, los plasmaría más adelante en su novela El caballo rojo (1966). En 1943 se casó con el director del periódico Baleares, y se trasladó a Palma de Mallorca, donde estudió magisterio y ejerció de profesora. En aquel diario del Movimiento trabajaba por entonces, como corrector de pruebas, un muchacho de Andratx llamado Baltasar Porcel, once años más joven que la mujer del director, quien parecía destinada a la vida gris que correspondía a las personas de orden en provincias. Pero la relación entre Concha Alós y el joven corrector tipográfico alcanzó pronto una intimidad mucho más allá de lo permitido, fugándose finalmente ambos (el escándalo consiguiente fue la comidilla de Palma durante varias décadas) en 1959. Instalados en Barcelona, los fugados, que de paso se habían convertido en proscritos, empiezan a escribir, y Alós traduce al castellano algunas novelas de Porcel, quien con el tiempo se abriría un importante camino en las letras catalanas. Alós escribe también su primera novela, Cuando la luna cambia de color, que quedaría inédita.

Es su segunda novela, Los enanos, la que de golpe eleva a Alós a la cumbre del éxito, en parte frustrado, pues el premio Planeta que se le concedió por la misma quedó sin validez por razones contractuales (previamente la autora había firmado la publicación del libro con Plaza & Janés). Es un libro con rasgos tremendistas y ambientado en la Barcelona de postguerra, concretamente en la pensión Eloísa, inmundo antro plagado de ratas en el que malviven multitud de oscuros personajes que reaparecerán más tarde en otras novelas de la autora: la prostituta, la joven seducida y abandonada, el señorito. Las anodinas existencias de estos personajes se intercalan en la novela con las anotaciones del diario de una habitante de la pensión, María, cuya voz en primera persona se armoniza con la del narrador, técnica que la autora emplearía a menudo en el resto de su obra. La profesora Lucía Montejo, a la que debemos un muy interesante estudio de las novelas de Alós vistas desde la perspectiva de la censura, reprodujo hace unos años el texto redactado por un eficiente funcionario de la Sección de Inspección del Ministerio de Información y Turismo sobre esta obra. En dicho texto se lee: “Por la novela desfilan la vida cotidiana, los afanes, las miserias y las virtudes de unos cuantos seres grises y vulgares. Estampas conocidas en el marco de la penuria económica o de la vida irregular que algunas veces ofrecen los realquileres o las pensiones modestas; cuadros inconexos y reales a los que presta cierta unidad el relato que va vertiendo la pupila María Robles, una desgraciada muchacha”.* Con menos melindres, y tras referirse a la crudeza de la trama de esta novela, con sus anécdotas espeluznantes y sus situaciones repulsivas, Lucía Montejo resume: “Una visión lúgubre, triste y despiadada de la sociedad de postguerra presidida por el hambre, el sexo y la apatía”.**

En el año siguiente (1963) Alós publica Los cien pájaros, novela ambientada en una ciudad mediterránea en la que su protagonista y narradora, Cristina, hija de una ex prostituta reconvertida al orden y al tradicionalismo, encuentra su primer empleo, en calidad de profesora de la hija de los Muñoz, próspera familia en la que no falta el atildado hijo mayor, José María. Éste último es el prototipo del señorito, el cual se sirve de su categoría social para seducir y embarazar a jóvenes ingenuas. La obra ilustra una corriente de naturaleza existencial que desde aquí será común en la obra de la autora y que se conjugará con la vertiente social de la misma.

Por Las hogueras Alós recibió de nuevo el premio del editor y futuro marqués José Manuel Lara, que esta vez no tuvo que devolver. La novela cuenta la historia de Sibila y Archibald, ex modelo la primera y estudioso de las religiones orientales el segundo. El matrimonio vegeta y naufraga en un lugar recóndito y miserable de la isla de Mallorca, habitado por sujetos primitivos como el Monegro. La trama gira en torno a los dos centros sociales del lugar: el hotel frecuentado por turistas alemanes y la taberna. Y vuelve a aparecer el personaje de la mujer con vocación de maestra y nobles ideales, pero ahora ya mayor y marchita, desengañada de todas sus esperanzas. Junto a este arquetipo femenino ya conocido en la obra de Alós surge aquí otro completamente distinto encarnado por la bella, sensual y ya no joven Sibila, quien obsesivamente evoca sus tiempos de modelo en París y que sueña con revivirlos. Quizá hoy lo más notable de esta novela sea la contraposición de estas dos figuras femeninas, la resignada y espiritual maestra y la muy material Sibila, plasmación literaria de la mujer que sueña con ser “comprada, mandada, enajenada”, cosas todas ellas que alcanzará con el Monegro, con quien planeará una tan absurda como incierta fuga. Al final también Sibila deberá resignarse, ya que, como dice el narrador: “No hay flores, no hay alegría. Dios ha muerto. Hay que darse porrazos en el pecho y llorar”.

De 1966 es la ya mencionada El caballo rojo, novela en la que Alós narra la huida de su familia de Castellón, durante la Guerra Civil, la vida de los refugiados en Lorca, en torno al café que da título al libro, y el retorno a Castellón una vez concluida la guerra. De una forma más acentuada que en sus obras anteriores, se advierte aquí la inclinación de la autora a la narración colectiva, es más: a la creación de un personaje y narrador colectivo que cuenta, charla y evoca episodios del pasado, a veces anteriores a la guerra. La novela constituye un importante documento de aquellos años de nuestra historia, que de algún modo siempre están presentes en la obra de Alós, y de las suyas es la primera que fue duramente juzgada por la censura, por lo que apareció mutilada.

La madama es la novela que cierra este período de la obra creativa de Alós. De 1969, viene a ser por su argumento una especie de continuación de la anterior, y si en aquélla se trataba de la guerra propiamente dicha, en ésta se narran sus consecuencias. El republicano Clemente Espín, en presidio, describe las condiciones de vida y las vejaciones a las que los presos políticos son sometidos en la cárcel. La Guerra Civil ha sumido a su acomodada familia en la miseria, por lo que su madre y su hermana Teresa, ahora viuda, dependen para su supervivencia de Aquiles, vástago podrido de los Espín, que va saliendo adelante con el estraperlo. Aquiles ha introducido también en su casa a una prostituta, la madama, que acabará por convertirse en la dueña de la misma. En contrapunto, la mujer de Clemente deberá prostituirse para dar de comer a sus hijos. Esta novela, que habría podido ser una de las más destacadas de esos años en la narrativa española, se beneficia de la influencia recibida de Tiempo de silencio, que Luis Martín-Santos había publicado en 1961. De ahí que el libro, sin abandonar el realismo que hasta ahora había dominado la obra de Alós, se enriquezca con nuevas técnicas y con una complejidad que permite a la autora pasar continuamente del presente al pasado y de la cárcel donde languidece Clemente al exterior. Es un libro que trata de la opresión, el hambre y la dignidad. Y si digo que “habría podido ser” es porque la censura, ya puesta en guardia por la novela previa, se cebó salvajemente con La madama, a la que calificó de “injuriosa” y que sólo pudo publicarse tras ser abundantemente expurgada (y así quedó, ya que nunca se ha hecho una edición con la integridad de su texto original).

Os habla Electra (1975), pertenece ya por entero a otro universo alejado del realismo social practicado por Alós hasta entonces. Un universo de menor interés al que regresaría la autora después de casi una década de silencio con Argeo ha muerto, supongo (1982) y El asesino de los sueños (1986). Acerca de su más fructífera época anterior la propia autora escribió: “Hasta el momento mi obra se hubiera podido encasillar, quizá, en lo social-realista, un realismo testimonial, poético y desgarrado”. Un desgarramiento que casi nunca fue bien acogido por la crítica y que ha impedido incluir a Concha Alós en la nómina de los grandes artífices del realismo social español, tales como Antonio Ferrés, Juan Marsé y Luis Goytisolo (a lo que habría que añadir las primeras tentativas literarias de su hermano Juan), por citar sólo a unos pocos.

Hoy las obras de Concha Alós, con la única excepción de Las hogueras, están descatalogadas, lo que constituye una muestra más, por si hacía falta, de nuestra consabida desidia cultural, paralela a la que aqueja a nuestra memoria. Triste presente para una valiente mujer que merecía otro trato y cuya obra, en los tiempos que corren, se debería rescatar y leer.
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* Lucía Montejo Gurruchaga, Anuario de Estudios Filológicos, vol. XXVII, 2004.
** Ibídem.

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